El día de la Inmaculada

El día de la Inmaculada lo tengo marcado con una X. No sé qué fuerza misteriosa y recursiva me lleva a la lesión en esta gloriosa fiesta religiosa,

El año pasado, este mismo día en Almería, sufrí una caída con consecuencia de fractura de colles. Este año, en Badajoz, se volvió a repetir la escena, afortunadamente con menos lesiones. A Dios pongo por testigo de que de ahora en adelante no salgo de casa en esta fecha para preservar mi integridad física. Estos son los hechos acaecidos el 8-D de 2008:

Habíamos estado el puente de la constitución jugando al golf en el Guadiana club y el lunes, día de la Inmaculada, decidimos visitar Badajoz. Propuse a mi marido comer en el restaurante Aldebarán(1) para celebrar el primer aniversario de mi fractura de colles. El ingeniero, evaluando siempre riesgos, me dijo: No cantes victoria que aún no ha terminado el día.

Estuvimos paseando por el casco antiguo y recalamos en la Catedral a la hora de la misa mayor. Se celebraba una misa con muchísimo boato. La casulla de los co-celebrantes era azul claro, color exclusivo a esta festividad. La ceremonia, el olor a incienso y a flores y los cánticos religiosos nos invitaron a permanecer en el lugar. Al final de la misa el Arzobispo dio una bendición con indulgencia plenaria, sólo válida a los que hubieran comulgado.

Después de la misa subimos a lo alto de la ciudad y visitamos la plaza alta, preciosa y muy original. Nos dimos un paseo por los jardines de la Alcazaba. Antes de tomar el camino de bajada al centro, por la calle San Pedro de Alcántara, fotografié una cabina telefónica anclada en el tiempo para mi amigo muxfin. Cuando bajamos cruzamos la calle de Arias Montano (2), llegamos a la plaza de la Soledad, donde se encuentra la Giralda de Badajoz, pasamos la Avenida de Juan Carlos I y zas! en la calle de Menacho di un paso en falso en la acera y fui incapaz de guardar el equilibrio. Cuando mis pies dejaron de pisar el suelo presentí que había llegado mi hora. Lamenté no ser acreedora de la indulgencia plenaria por no haber comulgado.

Aterricé en plancha sobre mi lado derecho mientras que mi cabeza golpeaba contra un bordillo, rebotando. Ante tan espectacular caída se acercaron algunos transeúntes. Fui a incorporarme pero me dijeron que me quedara tumbada. De mi sien derecha brotaba sangre. Pensé que me había abierto la cabeza. La sangre provenía de una brecha encima de la ceja que me habían producido las gafas al clavarse en la caída. Me quitaron las gafas y me pusieron un pañuelo en la herida.

Empecé a sentir que no era muy grave porque no había perdido el conocimiento. Al poco rato la herida dejó de sangrar. Me incorpore un poco aturdida y dolorida. Eran las 14:15, la hora de comer. Tenía que tomar una decisión: ir al hospital o ir al restaurante. Ante la tesitura de pasar la hora de la comida en urgencias y terminar comiendo un bocata de bacon con queso me decanté rápido por el restaurante.

Fue una decisión acertada que evitó arruinarnos el día. En el restaurante Aldebarán pude celebrar el haber salido ilesa de semejante caída y disfrutar de la vida con uno de mis placeres favoritos: la comida. Nunca olvidaré el acogedor comedor, la amabilidad del chef, el vino de la tierra y ese arroz ibérico que resucita a los muertos. Después de tan exquisita comida, extasiada y anestesiada de mis dolores fuimos al hospital de la Virgen del Perpetuo Socorro donde me dieron un punto en la herida de la ceja.

En este estado quedaron mis gafas, que creo que me salvaron de un golpe peor

Lula

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(1) El restaurante Aldebarán aparecía con dos soles en la guía REPSOL.
(2) Arias Montano, es un personaje que admiro y que me lo encuentro por donde voy. Hay una calle a su nombre al lado de mi casa de Madrid. Cerca de mi casa de Huelva, en Alajar, existe la peña de Arias Montano que es un lugar muy especial. En Badajoz, su tierra natal, es lógico que tenga su calle.