El traje café con leche

Llevo años pensando en escribir sobre el traje café con leche y esta semana taurina, tan aciaga, tengo la suficiente bilis(1) para soltarme la lengua, digo la puma.

En primavera vienen los primeros calores de la mano de la Feria de San Isidro. Los "caballeros del todo Madrid" sacan una vez más del armario ese traje café con leche para lucirlo en los toros. Pocos hombres son capaces de lucir este tipo de trajes con elegancia y los pocos que hay suelen ser de nacionalidad italiana. Por este motivo los ejemplares masculinos que se ven por Las Ventas están años luz de la percha que ilustra este post y el taje les queda tan reventón como ese clavel que lucen en la solapa.

Durante el invierno, las comilonas, los güisquis y esa dejadez deliberada en el cuidado de su aspecto van ensanchando cada año su cintura. Cuando llega el momento de ponerse el traje tienen que sacar pecho y esconder tripa para abrocharlo, con el consiguiente riesgo de que los botones sean lanzados en propulsión como una bala ante la más mínima relajación.

En las tardes que vienen las figuras del toreo hacen su aparición en los tendidos de sombra embutidos su traje, con un clavel en la solapa que hace compañía a un puro tamaño XXL que sobresale del bolsillo superior de la chaqueta. No es un público entendido, simplemente cumplen con el trámite social de dejarse ver por los toros porque el que no tiene abono o alguien que le invite está socialmente muerto en Madrid.

Son la perdición de la Feria de San Isidro porque contribuyen a que las entradas de los toros sean un recurso comercial. Unos lo utilizan para obsequiar a los clientes y otros para dejarse agasajar. Ellos lo aplauden todo a pesar de los toros cadavéricos que salen cada tarde y los carteles cada vez más mediocres. No en vano sienten cierta empatía por los empresarios de la plaza porque tienen el misma preocupación por los beneficios.

Vaya para ellos todo mi desprecio, que según dice Eduardo Punset, es lo peor que se puede sentir por alguien.

Lula

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(1) Más bien mala leche pero resultaría un poco cacofónico y mi amiga Pi desaprobaría el exabrupto