Los nostálgicos

Hace muchos años, cuando llevaba escasos días intentando conducir, o mejor dicho, dominar un pequeño "seiscientos", un buen amigo me ofreció este prudente consejo:

"Cuando conduzcas, mira, lógicamente hacia adelante, pero no te olvides de mirar de vez en cuando por el retrovisor".

En la vida como en la carretera, no está de más mirar también, de vez en cuando, por el retrovisor; recordar los momentos claves de nuestra particular biografía, de nuestro pasado personal, familiar y laboral, ya que ello puede constituir, sin duda alguna, un cometido grato e incluso pedagógico.

Pero muchos representantes de la fauna humana de nuestros días, insisten excesivamente en mirar hacia atrás, dedican excesivo tiempo a recordar ese pasado, se refugian obsesivamente en el ayer.

De alguna forma viven su pasado, acorde con los versos que Jorge Manrique dedicara a la muerte de su padre:

"Cómo a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado / fue mejor"

Esta insistencia en "refugiarse" en el pasado la conocemos con el nombre de Nostalgia.

Un término que fue utilizada por primera vez el año 1668, por un suizo, estudiante de medicina, llamado Johannes Hofer. Una denominación con la que Hofer quería definir "el dolor que siente una persona enferma por no poder regresar a su tierra nativa, el miedo a no volver a verla nunca más ".

Los testimonios más antiguos de la nostalgia de la patria o del hogar son muy numerosos. Sirvan como ejemplo el que nos ofrecen personajes como Ulises o colectivos como el pueblo de Israel. El primero vagando incansable hacia su añorada Ítaca, el pueblo "elegido por Dios" buscando la "tierra prometida"

Pero también serán víctimas de la nostalgia los miles de personas exiliadas por motivos políticos o bélicos, o aquellos que han emigrado, en todas las épocas, buscando fortuna o huyendo del hambre.

Unos y otros sentirán siempre en sus corazones el sentimiento nostálgico de su origen, de su hogar, un sentimiento que algunos han definido como la "enfermedad del exilio".

Claro está que también hay grados menores de nostalgia, de añoranza del ayer más próximo. De entre ellos ninguno más intenso que el recuerdo idealizado de la niñez y la juventud y de todo lo que rodeaba aquellos dichosos e inolvidables años, en los que los sueños embellecían, como la nieve, la más áspera realidad.

Miguel Arribas

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