Los ojos no tienen alcalde

Imagen tomada de wwwvireta.blogia.com

Una mujer de este pueblo del sur en el que habito me contó que su marido, como todos los hombres, miraba a las chicas guapas con las que se cruzaba. A ella, mujer decente donde las haya, le ocurría lo mismo con los maromazos de esta tierra de frontera. Los contemplaba y paladeaba con los ojos, sin que eso supusiera faltarle a nadie.

Niña, yo no he conocido más hombre que a mi marido. A los dieciséis años me lo eché de novio, y hasta hoy. No tengo queja. Pero claro, nosotros ya tenemos una edad y los cuerpos no son lo que eran. Por eso, cuando en las noches de verano nos vamos al paseo marítimo y vemos a la juventud, vestidos como pimpollos, enseñándose como pavos reales, lo que es a mí se me van los ojos. Como a él. Y es que, niña, los ojos no tienen alcalde. Otra cosa es que luego una con eso no haga nada. Porque yo puedo gobernar mis actos y mis palabras, pero lo que mi ojo ve, eso no hay quien lo controle, ni yo misma. Ahí no hay autoridad que valga.

Esta exposición de sabiduría popular me abrió una nueva perspectiva de análisis de los mecanismos de la socialización ("porque yo puedo gobernar mis actos y mis palabras") y el libre albedrío ("lo que mi ojo ve, eso no hay quien lo controle, ni yo misma").

Y me deja flotando una pregunta del millón como en la punta de la lengua, una especie de vacío frente a cómo interpretamos la realidad.

S.M.

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