Populacho

Se sobreestima lo popular. No todo lo que tiene origen en el pueblo es pureza, no todo lo que encierra es sabiduría. Igual que el hormigón con el que se construyen las infraestructuras de lo que llamamos civilización está formado por cemento y áridos, la sociedad que formamos es una amalgama de pueblo y populacho.

Pude comprobar esta mezcla en la celebración de las fiestas del Carmen en Canela, una barriada de pescadores de Ayamonte. Esta pequeña comunidad posee un Comité de Festejos muy comprometido que se esmera en buscar a promesas del cante flamenco para organizar actuaciones gratuitas, abiertas a los lugareños y a los veraneantes.

Desde hace años disfrutamos de este regalo estival y gracias a la intuición y buen hacer de este Comité de Festejos hemos podido ver a muchos cantantes flamencos desconocidos que en unos pocos años han alcanzado la fama, como por ejemplo, "El Cigala".

Estas actuaciones congregaban a un abundante público de aficionados que asistían de forma respetuosa a este espectáculo. Sin embargo, en la actuación de este año afloró un brote de populacho dentro de esta comunidad marinera. Se veía venir esta marea negra por las palabras, con un cariz casi amargo, del portavoz del Comité de las Fiestas. Se lamentó de la falta de público a pesar de la calidad de las actuaciones que se esforzaban en traer. Pidió silencio y respeto para el cantaor que iba a actuar. Rogó a los padres que estuvieran al tanto de sus hijos para que no perturbasen a los artistas. Tras presentar a Jesús David García Palomar – "El Palomar"(1), hizo un llamamiento para limar las diferencias de opinión del recorrido de la procesión de la Virgen del Carmen(2) y se despidió anunciando que el próximo año habría un relevo en el Comité de Festejos.

Lo que vieron mis ojos a continuación en la carpa de las fiestas fue una expresión de un populacho insensible con el arte y desagradecido. Auténticos seres de corcho que continuaron sus conversaciones en la barra y dejaron a sus retoños campear a sus anchas entre el escenario y las sillas del público.

Las niñas, muy engalanadas por fuera, con trajes de faralaes y todos los accesorios de rigor no pararon de demostrar su mala educación. Un niño, pelado al cuatro, de mirada embrutecida y con una pistola en la mano no cesaba de cruzar de un lado a otro matando a seres de la nada. Mientras, una niña con una escoba del tren de la bruja dejaba volar su imaginación ¡barriendo! Los padres seguían a lo suyo, de cháchara, incrementando el ruido que generaban sus hijos.

A duras penas pude disfrutar de la actuación en estas circunstancias y pensé en la decepción de los que habían preparado las fiestas durante todo el año para unos vecinos que realmente no se merecen ni el saludo. Me recordó a la escena de los mendigos de la película Viridiana.

Lula

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versión blog

(1) En el flamenco la concisión en el nombre es casi norma.
(2) La barriada ha crecido y no se ponen de acuerdo si mantener el recorrido tradicional o ampliarlo a las nuevas calles.