A la yugular

Como bien decía Don Gregorio Marañón: "En España, las oposiciones son el espectáculo más sangriento después de los toros", no es por enmendar la plana al maestro, pero yo añadiría que defender un trabajo de doctorado no le anda a la zaga a una oposición. A mis años estoy curada de espantos, pero hace apenas unas semanas quedé impresionada en una sesión de exposición de trabajos de doctorado. Durante dos horas, que se me hicieron infinitas, pude ver el tercer grado a que fueron sometidos mis compañeros de estudios.

Nada pronosticaba la masacre, el primer ponente salió distendido, presentó su trabajo y con toda naturalidad expuso sus opiniones con entera libertad, manifestándose muy poco favorable a la utilidad del tema que exponía. Llegó el turno de preguntas y con él la sorpresa. Las cuestiones no iban dirigidas a aclarar alguna duda, o matizar alguna opinión, eran dardos envenenados para demostrar la superioridad de conocimientos del profesor dejando en difícil situación al ponente.

Los allí presentes, faltos de reflejos para suavizar la situación, empezábamos a sentir el pánico en nuestras entrañas, pues todos deberíamos pasar por ese trance.
Pero el que tenía menos tiempo para asimilar la situación, el segundo ponente, salió al estrado. Allí, a pesar de la presión, realizó su presentación con cierto aplomo, gracias a que poseía un carácter templado. Pero se le sometió sin remedio al turno de preguntas y de nuevo la inquisición académica hizo acto de presencia.

El cielo se iba poniendo muy negro para el tercer ponente. Salió destemplado y amnésico. El tema que exponía no lo conocía con profundidad y se hizo un lío. En este caso no hubo que recurrir al turno de preguntas para dejar al ponente con la sangre helada.

Puedo llegar a justificar que se ponga a prueba a los estudiantes de doctorado para ver cómo reaccionan ante imprevistos, no en vano serán en un futuro profesores de Universidad que deben saber desenvolverse con soltura tanto entre los alumnos como en los congresos. Lo que no tiene justificación es esa errónea percepción académica del prestigio, entendido como un afán por demostrar su superioridad de conocimientos, que raya con el patetismo cuando se aplica a situaciones de desigualdad de profesor-alumno.

Llegué a casa en estado de trance y sólo fui capaz de hacer una tortilla de patatas para la cena. Me sentí incapaz de ponerme a estudiar, dejándome arrastrar por la TV para adormecer mis neuronas. En veinte años de profesión no he visto una lidia más sangrienta, aunque aun me queda por ver una oposición.

Lula

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