Amor de lejos... amor de pen-sárselo* (I)

Este es un dicho muy muy popular en mi otra media patria, porque ya saben que yo no tengo una sino dos medias patrias y que crecí y vivo con el corazón dividido entre gaitas y guitarrones, entre mitología celta y leyendas aztecas y que me cuesta decidirme ante una buena fabada (aunque sea de lata) o los chilaquiles(1) que me prepara mi madre cuando me paso dos días seguidos torturándola a base de rancheras y lo toma como una indirecta de que ya necesito antojitos(2).

Ahora, la pregunta es, cuántos conocen algún caso de amor en la red o similar porque yo sé de gente que se ha enamorado por Internet y yo misma he tenido reencuentros cibernéticos que en algunos casos han sido decepcionantes, nunca llueve a gusto de todos, y esas páginas tipo tupasado.com donde también reencuentras a tus antiguos compañeros de colegio, han conseguido que sepas que aquel noviete guapísimo que tuviste en el instituto ahora pasa a formar parte de la galería de los calvos no sexys.

Pero bueno, hay otro tipo de reencuentros y de anécdotas, que seguro que todos tenemos alguna y yo hoy les voy a contar la mía, que por el título del post no va de lo mucho que chateo semanalmente con mi padre, no, hoy les voy a contar una historia que muy poca gente sabe y que mi psicóloga me ha recomendado exorcizar. Les pido paciencia, es larga y va en entregas, como los mejores culebrones.

Cuando yo tenía diecinueve años y era un pimpollo con un carácter de cuidado, conocí a un chico de veinte, Alberto, que estaba MUY bueno y que era otro bicho de tomo y lomo; de hecho fueron su hermana (amiga mía) y su madre (amiga de mi padre) las que se empeñaron en que nos teníamos que conocer, decían que una de dos: o nos matábamos mutuamente (y de paso le hacíamos un bien a la Humanidad) o nos enamoraríamos sin remedio el uno del otro.

Así que nos presentaron una mañana y fue mirarnos por primera vez y él frunció el morro y yo alcé la ceja derecha, cosa que por cierto se me da de lujo desde los doce años; esa misma tarde discutimos solo un poco pero a la mañana siguiente en que nos encontramos a solas en la cocina y a mí no me gustó su café ni a él mi forma de hacer las tortitas del desayuno ( hot cakes les llaman), la cosa fue degenerando y terminamos de tal modo que casi nos tuvieron que venir a separar, porque estábamos ya a la greña, él llamándome majadera y cretina, y yo cabreadísima corriendo alrededor de la mesa, intentando cogerle para calzarle un bofetón mientras le gritaba que era súper gilipollas y un canalla.

Ese día y el siguiente no nos dirigimos la palabra y cada vez que nos cruzábamos por la casa de su madre él se ponía bizco o dejaba los ojos en blanco y yo le sacaba la lengua hasta las amígdalas como un guerrero maorí (me encanta hacer eso) o simplemente levantaba la famosa ceja y le hacía un gesto obsceno con el dedo corazón, ya saben... y al cuarto día, se coló en la habitación de su hermana mientras yo estaba en el baño y el resto de la familia desayunaba; cuando escuchó que yo había terminado de la ducha (por lo menos esperó), entró muy serio cerrando la puerta despacio y yo me quedé flipando (y acojonada) ahí plantada (temblando del susto), metida en mi albornoz de Garfield, con los brazos en jarras (genio y figura) y mirándole como quien ve a un mono verde (intentando que no se me notara el miedo), se fue acercando hasta que me arrinconó contra la mampara de la ducha y cuando ya pensaba que iba a soplarme una guantada o a morderme la yugular o algo así, bueno, tampoco les voy a seguir detallando, supongo que ya se imaginan el resto. Solo confesar que a pesar de lo que parezca y de la revolución hormonal propia de esas edades, yo era muy echadita p'atrás y no hubo mayores en todo el verano.

Alberto estaba en segundo de Medicina y apenas tenía unas semanas de vacaciones, pero lo que nos duraron fue una auténtica pedazo de película, con escapada incluida, que luego seguimos alimentando por teléfono y por carta durante años, porque encima, a partir de ese verano, mi padre se negó a seguir pagando vacaciones y ya no hubo posibilidad de volver allí durante mucho tiempo, y cuando la hubo...

Él me escribía unas cartas que siempre comenzaban igual, querida majadera de mi alma, (yo le contestaba siempre también igual, querido canalla de mi corazón) y a veces pensaba que a él se las hacía un guionista de Televisa, porque eran una pasada que me ponían los pelos de punta; casi siempre era él quien llamaba por teléfono, una vez de madrugada (hora de él), borracho, cantándome una canción que me había escrito, otra vez desde la Plaza Garibaldi(3) con un mariachi que estuvo casi con una hora de rancheras para mí en plena conferencia. Yo estaba desquiciada por su culpa, y no había forma humana de que me olvidara de él y cada vez que conocía a un chico no podía dejar de compararle con él, y claro, cualquiera quedaba siempre en desventaja, la distancia y eso de idealizar a alguien, es muy canijo y mentalmente terrible e insano.

Pasaron unos cuatro o cinco años, seguíamos muy en contacto y suplíamos la falta de presencia física con larguísimas cartas casi semanales y llamadas telefónicas cada mes o así, en las que nos contábamos todo, nuestros gustos, nuestros sueños, hasta lo que habíamos almorzado el día antes o lo que íbamos a hacer el fin de semana siguiente, de tal modo que había veces en que yo pensaba que le conocía casi mejor que a cualquier otro chico con el que yo saliera aquí. Porque a pesar de que teníamos claro que nuestra meta era lograr estar juntos algún día, tanto él como yo salíamos de vez en cuando con otras personas, pero era como una especie de acuerdo de que se trataba de un mientras tanto, hasta que nos volviéramos a encontrar, era algo que ambos sabíamos y de lo que nunca hablábamos porque tampoco era plan de hacerlo. Solo hablábamos de nosotros, apenas al final de cada carta solíamos poner una postdatita de recuerdos a la family o algo así, pero nunca escribíamos o hablábamos de su hermana, o mis hermanos, o de sus padres o los míos, solo de nosotros, conociéndonos mutuamente siempre un poco más.

A veces, en plenas vacaciones en casa de su madre, él me llamaba y entonces yo también hablaba con ella y con su hermana, que nunca dejaron de ser mi suegra y cuñada respectivamente, y nos pasábamos el teléfono mi madre y yo para que ellas también charlaran, vamos, como si fuera lo más normal del mundo.

Unas navidades de un año que su hermana estaba estudiando en Francia y vino a pasarlas en mi casa, me mandó con ella fotos de cuando era pequeño, una camiseta de su equipo de fútbol del colegio, y otro año que mi hermano fue solo para allá le mandé relatos y cuentos que yo había escrito, una carta larguísima que llevaba semanas preparando para la ocasión, más fotos, cintas con música, qué se yo... lo dicho, lo más normal del mundo.

Aún recuerdo estar tirada en la piscina de mi casa con alguien y bajar mi madre a decirme que en cinco minutos me iba a volver a llamar mi papacito, que allá es una forma cariñosa de llamar a tu novio, o mamacita a tu novia, y como mi padre llamaba también y había que salir arreando para estar todos cuando en cinco minutos volviera a hacerlo, era la coartada perfecta, jajaja.

Y de repente un día dejaron de llegar cartas suyas o de respuesta a las mías, y ya no llamó más, así que me harté y decidí que me iba para allá a como nos tocaran(4); tracé mi plan, fui al Consulado, preparé minuciosamente todo para que en cuanto llegara agosto y se terminara el contrato laboral temporal que tenía, reunir todo mi dinero y largarme definitivamente para allá y ver por dónde salían los tiros. Le escribí una última carta diciéndole el plan de vuelo a seguir, se la envié certificada y urgente y me dediqué los meses siguientes a seguir con mi vida mientras llegaba el 31 de Agosto, el momento del reencuentro.

Pero Alberto no respondió y aunque yo si le llamé nunca conseguí hablar con él, nunca respondía nadie el teléfono de su casa y en aquella época no había Internet ni e-mails ni chats y yo no sabía el número de su madre y su hermana porque entre nosotras no nos escribíamos y era él quien solía llamar desde casa de ellas, yo estaba peleada con mi padre (algún día les contaré esa historia) y no nos hablábamos desde hacía un par de años y por terca no cedí para pedirle el número de la madre de Alberto, pensaba que tarde o temprano él daría señales de vida... un cúmulo de infortunios. Y con lo muchísimo que lloré y me desilusioné, poco a poco me fui decepcionando más.

Un par de meses o así después, poco antes de la fecha en que yo supuestamente iba a viajar y casualmente el MISMO día que Correos me devolvió por la mañana esa última carta certificada y urgente que yo le había escrito, alegando destinatario desconocido, ese mismo día de finales de Julio (y es que se me ponen los pelos como escarpias al recordarlo) ese mismo día decía, por la tarde conocí a Eduardo y en mi despecho lo consideré una señal del destino.

Rebecuqui

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(Continuará en más entregas , porque va para largo)


(1)Amor de lejos… amor de pendejos: de estúpidos, de ahí que lo cambien por amor de “pen-sárselo”
(1) Chilaquiles: plato típico mexicano elaborado a base de tortilla de maíz frita, salsa de chile verde o roja y demás.
(2) Antojitos: tacos, tamales, quesadillas, tipo aperitivos de puestos callejeros pero en muchos lugares se consumen como plato principal.
(3) Plaza Garibaldi: plaza de Ciudad de México donde se reúnen los mariachis para tocar su música a quien la quiera oír… y pagar.
(4) “a como nos toquen”: salga el sol por donde salga.