Contrincantes

Suelo ir poco por el pueblo de mis abuelos maternos, pero el pasado fin de semana me sometí a un cambio de contexto. Supe por el camino que ella, mi contrincante, también tenía pensado dejarse caer por allí. No creo que fuera fruto de la casualidad porque aunque no mostramos ningún interés en tener relación debemos tener un karma que pagar en esta vida y de vez en cuando nos reencontramos.

Todos los veranos de mi infancia me empaquetaban con mis abuelos de junio a septiembre y ella venía a veranear con sus padres durante el mes de agosto. No nos caíamos bien, pero en un pueblo tan pequeño era difícil esquivarse.

Puedo afirmar que el roce no hace el cariño, porque lo que solía ocurrir es que entablábamos discusiones que terminaban en peleas cuerpo a cuerpo. Ella era un año mayor que yo, de constitución más fuerte y mucho más bruta. Siempre me ganaba pero nunca decliné una pelea.

Perdió prematuramente los dos incisivos superiores, según las malas lenguas de una coz que le dio una caballería después de que ella le tirase de la cola. Le salieron los nuevos dientes muy prominentes que unidos a unos ojos grandes y muy abiertos la convertían en la viva imagen de Bugs Bunny. La perdí de vista cuando dejé de ir por el pueblo.

Mi hijo, cuando iba a la guardería, también tenía un contrincante. El suyo era un niño alto y de complexión fuerte con el que se peleaba y por lo moratones que traía se adivinaba que a veces le podía. Con mi pasado violento me sentía con poca autoridad para regañarle por pegarse pero albergaba una enorme curiosidad por saber quien era su adversario. Le dije a mi hijo que si alguna vez estaba cerca que me lo señalase.

Un día que fui a recogerle a la guardería, mientras le quitaba los kilos de arena que llevaba en los zapatos me señaló a un niño que estaba subiendo las escaleras. Estaba mirando al chaval cuando sentí una voz familiar a mi espalda. Era ella, la Bugs Bunny, que venía a recoger a su hijo que casualmente era el contrincante de mi hijo.

Me resulta difícil interpretarlo como una casualidad. Con lo grande que es Madrid parece una broma del Destino que lleváramos allí a nuestros hijos. Me dio que pensar que la antipatía mutua se hereda y que debimos dejar algo sin resolver en nuestra infancia y pasó a la siguiente generación.

No quiero ni pensar que ahora que he encontrado la paz en mi pueblo pueda empañarse por la presencia de mi contrincante.

Lula

Más relatos de Lula, pulsar aquí
e-mail de contacto: seccionfemenina@gmail.com