19-Marzo: Día del padre

 

 

 

Cría cuervos

Me han comprometido a dedicarle unas líneas a mi santo padre hoy, diecinueve de marzo, día del susodicho. Una, en general bastante reacia a celebrar estos días, se ha visto obligada a aceptar y aquí estoy, tratando de ver qué es lo que hay que celebrar y cuáles son las palabras adecuadas para ello.

El motivo principal de la celebración son, evidentemente, los hijos. Pero, ¿cuántos padres creen realmente que deban ser felicitados por algo? ¿Son sus vástagos un auténtico motivo de orgullo o simplemente se trata de estrenar otra corbata? Mi padre, tal y como paso a explicarles, pertenece a ese grupo que cree que, visto lo visto, mejor hubiese sido regalarlos cuando se le presentó la ocasión.

Todo empezó, he de reconocerlo, conmigo. Pese a que parecía que la cosa no iba mal -pues yo fui una de esas niñas que aprenden antes a decir papá que mamá y era bastante efusiva con mi progenitor-, una tarde ocurrió el desastre. Tendría yo unos tres años y andaba jugando tranquilamente por casa cuando llegó mi padre con ganas de perrearme un poco, que siempre le ha gustado mucho hacerme rabiar. Pero ese día andaba yo algo más sensible que de costumbre y, para quitármelo de encima, no se me ocurrió otra cosa que decirle lo siguiente: "¡Anda, véte a trabajar para ganar mucho dinerito!". De sus labios brotó un "¡Será hijaputa, la niña ésta!", dio media vuelta y nada volvió a ser como antes.

Mi hermano, que me sigue en edad, se decantó por el uso de la mano izquierda frente al de la derecha y desde muy pequeño se le manifestaron sus habilidades para el deporte. Mi padre albergó la esperanza de criar un extremo izquierdo, pero cuando le puso frente al balón para que chutara, la criatura utilizaba la pierna derecha en el 100% de los casos. Él nunca supo las expectativas que rompió por no ser zurdo total.

Mi hermana continuó la saga familiar y le dio el disgusto definitivo. Contaba la criaturita con cuatro o cinco años de edad y llegaban a la guardería como cada mañana. Y, como cada mañana, mi padre fue a cogerla en brazos para llevarla hasta la puerta, a lo que mi hermana se opuso enérgicamente, aduciendo que podían verla sus compañeros de clase. A esto contestó mi padre muy dignamente: "Muy bien, pero ya querrás que te lleve en brazos y no te pienso volver a coger nunca más". Y doy fe de ello que así fue, porque cada vez que mi hermana solicitaba sus servicios de porteador, mi padre, con la ofensa todavía presente, le recordaba el episodio de la guardería y le daba la mano para que fuese a pie, tal y como ella había pedido aquel día fatídico.

Así, este pobre padre, quedó completamente desengañado de la paternidad, viendo cuán desagradecida había resultado ser su prole. El único consuelo, tal y como él mismo defiende, es que "los cabrones, por lo menos, desgravan a Hacienda".

Blanca

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Ilustrado por Sonia

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