Crueldad infantil

Tengo poca fe en el género humano y pienso que todos nacemos con una dosis de crueldad que manifestamos de forma transparente en la infancia y que practicamos, escondemos, olvidamos o superamos con la madurez.

En mis tiempos de la infancia, cuando se terminaba la primaria se realizaba el curso para el ingreso en el Bachillerato. Las alumnas del curso rondaríamos los nueve o diez años, por lo que se puede decir que éramos tiernas infantas. Empezábamos a sentir el espíritu gregario, por lo que aplicábamos la marginación social a las niñas que por algún motivo no encajaban en el rebaño. Una de estas niñas era Milagritos, que había cometido el terrible delito de ser tartamuda, siendo frecuentemente objeto de burla por las niñas bovinas, entre las que me encontraba cómodamente integrada.

La tutora de este curso era Sor Asunción, una monja muy bajita, con una dentadura perfecta -creo que era postiza- y una dicción más admirable que su dentadura. Se jactaba Sor Asunción de que nadie que hubiera pasado por su curso había salido sin pronunciar correctamente y aunque tenía sus logros en varios casos de frenillo(1), el caso de Milagritos era todo un reto para ella ya que además de ser tartamuda era sevillana.

Sor Asunción aplicó la terapia de Demóstenes, quien, según ella, era un magnífico orador que superó su tartamudez poniéndose pequeñas piedras debajo de la lengua que le forzaban a hablar más despacio venciendo de este modo su defecto. Como mujer innovadora, sustituyó las piedras por aceitunas con hueso que le daba a Milagritos para que se las comiera y dejara el hueso en la boca para practicar el método.

Milagritos no debía de tener mucha fe en el sistema, se comía las aceitunas y en cuanto podía escupía el hueso. Sor Asunción empezó a perder la paciencia al ver que no conseguía ningún progreso y que la niña iba camino de agotar las existencias de aceitunas del experimento. Empezó a ser una rutina que nada más entrar en la clase espetara la siguiente frase: ¡Milagros, enséñanos el hueso de aceituna!, contestando la aludida con gran esfuerzo me me. me. me lo. lo lo he comido. Nos reíamos toda la clase de ella sin ningún disimulo, a pesar de que sus mejillas se teñían de rojo y su mirada se hundía,más que en el suelo, en el sótano o tal vez en el infierno. La monja, furiosa, además de perder la paciencia casi perdía la dentadura cuando le decía: ¡Anda rrrrrrrrrrica, rrrrrrrrrrrica, rrrrrrrrrrrica, estorrrrrrrrrrbo!.

Un día Milagritos se escapó del colegio, harta de tanta humillación inútil y de tanta soledad. No preparó bien la fuga y la Guardia Civil la encontró en la carretera haciendo autostop hacia Sevilla. Cuando volvió escoltada entre los dos guardias como si fuese una delincuente, no pude sino sentir admiración por ella y pena por mí. Nunca más me reí de Milagros; creo que ese día me hice mayor.

Lula

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(1) El frenillo lingual se trata de un repliegue de la mucosa que va desde la base de la boca hasta la lengua que puede causar problemas en la pronunciación de ciertas consonantes.