Cumpleaños 

Hoy es diecinueve de noviembre. Es el cumpleaños de mi padre. Se llamaba José Luis Mato y habría cumplido sesenta y nueve años.

Es mi primer pensamiento a las seis de una gélida mañana de lunes. Aún es de noche cuando saco el coche y durante un instante contemplo las estrellas. Busco el carro y cuando lo encuentro me pregunto si también él lo podrá ver. En lugar de entristecerme, sonrío y me permito lanzarle un reto. Era un jugador de raza. Me enseñó a apostar y aunque jamás quiso enseñarme a ganar en el juego, sí conseguí aprender a no perder nunca. ¿Por qué no apostamos? Si ves el carro, dímelo. Si no lo haces, sentiré que la esencia de lo que fuiste se ha desvanecido.

El coche se ha calado. Bajo mis ojos al asfalto, arranco y el mundo me jala a la cotidianeidad de una nueva semana. Enciendo la radio y pongo la calefacción a tope. El atasco, un café caliente y encender el ordenador. La grapadora, el jefe, la impresora que se atasca, los documentos para la reunión de las doce. Ya son las doce y cuarto. Todos están reunidos y el despacho, hace un momento lugar de paso para una docena de personas, se ha quedado en silencio. Pienso que ha pasado el ángelus, aunque con quince minutos de retraso. Una profunda respiración abdominal hace resonar en mi cabeza la letanía infantil: “Y el ángel del señor anunció a María...” ¿cómo seguía?

- No consigo averiguarlo porque suena el teléfono.
- Buenos días, dígame.
- Buenos días, señorita. Quisiera hablar con el Sr. Serrano.
- En estos momentos está reunido. ¿De parte de quién, por favor?
- Soy José Luis Mato.

Silencio

- ¿Señorita?
- Sí, disculpe... ¿Me puede repetir su nombre, por favor?
- Soy José Luis Mato, arquitecto de la Junta Municipal de Retiro.

Me reubico y tomo nota de sus datos, prometiendo devolverle la llamada una vez concluida la reunión.

De nuevo silencio. Cierro los ojos y está oscuro. Los cierro más fuerte y siento mis latidos. Cada nueva sístole enciende una estrella, hasta que el carro está completo y cada astro parpadea al ritmo bombeante del corazón.

Y me oigo repetir en voz alta la fórmula que siempre utilicé: Feliz cumpleaños, padre.

S.M

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