La Gran Duquesa Rusa

En justa correspondencia a una invitación en un restaurante japonés y con la esperanza de comer bien esta vez, agasajamos a nuestras amigas sevillanas en Viridiana, donde Abraham García deleita con su alquimia culinaria a todo el que esté dispuesto a pagarlo.

Después de una comida exquisita y tras un corto paseo nos encontramos en las puertas del Hotel Ritz, custodiadas por un exótico portero, con un no menos exótico uniforme. Nuestras amigas sevillanas, aficionadas a todo lo que sea lujoso, nos invitaron a tomar un té.

Entramos muy decididos al Salón de Té, dejando atrás al portero con el uniforme de gendarme colonial. Nos recibe una señorita regordeta, nada, pero que nada glamourosa, que hace que se crucen nuestras miradas de extrañeza. Con gran esfuerzo por nuestra parte, porque los zapatos se hunden en las mullidas alfombras, nos da la vuelta al Salón de Té y nos sitúa al lado del piano de cola. Nuestras miradas consternadas dicen al unísono: Dios mío, que no venga un pianista, que no venga.

Una vez instalados en nuestro rincón musical, de momento afortunadamente sin música, nos disponemos a pedir nuestras consumiciones sabiendo de antemano que lo pagaremos caro. Nos ponemos a comentar la calidad de las alfombras, de las lámparas de bohemia, de los jarrones que seguro que son de Sevrès y en ese momento entra ella.....

Cuando entra, un revuelo de camareros se acerca a la puerta. La persona en cuestión es una anciana de edad indescriptible pero centenaria sin duda. Está delgada y encorvada; su cara totalmente arrugada da la impresión de que no tiene dientes, ya que su barbilla y nariz convergen hasta casi tocarse, quedando la boca totalmente hendida. Su pelo blanco está recogido en un moño más cerca de la frente que de la nuca. Sobre un traje negro lleva una capa de lana con un ribete de piel blanca -bien pudiera ser armiño- que dejaba entrever un largo collar, estilo años veinte, de perlas australianas blancas y negras gruesas como canicas (1).

Desde el momento de su llegada, perdemos el hilo de la conversación sobre los objetos decorativos, ya que la visión de esta dama centenaria acapara todo nuestro interés. Vemos que la sitúan en la otra esquina próxima al piano y empiezan las conjeturas -a que pide un gin-tonic-; en efecto, vemos a la camarera que trae una botella de ginebra Bombay, una tónica y un montón de cosas de comer. La Gran Dama goza de un apetito excelente que combina con largos tragos de su gin-tonic, pudiéndose aplicar la expresión de comer a mandíbula batiente con toda propiedad.

Da la impresión de ser clienta habitual, no sabemos desde cuando pero especulamos que pudiera ser una Gran Duquesa Rusa alojada en este hotel, auténtico nido de espías durante la I Guerra Mundial, donde quedó atrapada entre el ambiente fascinante de conspiración y las magníficas vistas al Museo de Prado, los Jerónimos y la fuente de Neptuno. Transcurrieron los años y la revolución rusa la retuvo de nuevo en Madrid, donde acudía todas las tardes a tomar el té en el Hotel Ritz. Con el paso del tiempo, la dureza de la vida tornó el té por la ginebra, la cual, dada sus propiedades vasodilatadoras, le ha proporcionado una gran longevidad.

Lo único que no me cuadra es que bebía ginebra en vez de vodka, ¿no sería una Milady?

Lula

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(1) Según mis amigas sevillanas, con cierta tendencia a la exageración, gordas como bolas de billar