Nota de la autora: Dedicado a El Profe y Sra. por lo que ellos saben

 

El avión

El avión es el lugar de copas que ocupa el primer lugar de mi corazón (o de mi hígado según se vea). Ya no existe, pero su lugar no lo ha ocupado ningún tugurio desde que lo cerraron y es difícil que en mi vida me pueda encontrar algo así. Lo llevo en mi pensamiento y quería dejar plasmada la huella que dejó en mi en un relato. Como siempre, la casualidad me ha dado el empujoncito que necesitaba para hacerlo.

Esta tarde (lo escribo en caliente) fui con la erudita a sacar su billete de avión para México(1) en la agencia de viajes Zeppelín, sita en la calle Hermosilla 92, justo enfrente del número 97, que albergó el sin par garito El avión. Al ver lo que queda del edificio, en el que dejé tantas risas y lágrimas, se me encogió el corazón de pena al ver tanto deterioro.

En los años 80, era el lugar de reunión a partir de las 2 de la mañana. Después de las cenas de amigotes nos quedábamos pasmados en la calle, incluso en el más crudo invierno, para decidir dónde tomaríamos la primera copa. Este debate se llevaba su tiempo hasta que en estado de congelación nos dirigíamos al lugar consensuado. Para la segunda ronda de copas siempre había consenso cuando alguien decía: vamos a El avión .

No sé cómo catalogar el sito, casi mejor lo describo y que cada uno le ponga la etiqueta adecuada. Tenía un cariz masónico, si alguien no te llevaba a El avión, jamás entrarías en un sitio así por varios motivos. El primero porque nada en su exterior anunciaba el lugar y en segundo porque la puerta de entrada se asemejaba más a una cacharrería del Rastro que a un local donde sirven copas. Así, por lo que llaman ahora marketing viral, íbamos conociendo poco a poco el santuario etílico nocturno.

La entrada era oscura como la boca del lobo. La pieza era rectangular y tenía una barra en forma de "L" que arrancaba de la parte izquierda de la entrada. Al fondo a la derecha había un piano y el resto del espacio se rellenaba con mesitas bajas con asientos. Los aseos no recuerdo dónde estaban porque me faltó valor (que no ganas) de visitarlos. Del techo colgaban ventiladores que movían sus aspas venciendo la resistencia de la roña acumulada en ellos. La oscuridad eclipsaba la inmensa suciedad acumulada en la mayoría de los elementos, pero gracias a la capacidad desinfectante del alcohol jamás tuvimos efectos secundarios.

Nada más entrar se notaba que algo crujía bajo los pies. No, no eran cucarachas, eran pipas de girasol. Al fondo se escuchaba la música que tocaba un pianista cojo(2) que tocaba canciones bajo petición de los parroquianos. La gracia del local era acompañar la copa con una buena ración de pipas saladas que estimulaban el consumo de bebida. Al cabo de un rato la sal de las pipas empezaba a realizar sus estragos, los labios se hinchaban y la lengua se acartonaba. En ese momento se te nublaba la visión debido a que los ojos se defendían de la densa atmósfera de humo de tabaco poniendo lágrimas de por medio. Así, riéndome de las ocurrencias de los amigotes, hablando con la lengua espesa y llorando como una Magdalena iba vaciando las copas.

Pero un día el dueño del edificio decidió no renovar el alquiler del local y El Avión tuvo que cerrar. De nada sirvió que los periódicos se hicieran eco del desastre, entre ellos El Mundo(3) que publicó a doble página la crónica del cierre anunciado con artículos de Umbral y otros representantes de la noche madrileña. Pudo más la especulación que la opinión pública y cerraron el templo nocturno.

Al mes del cierre, los periódicos publicaron la noticia de que Cesar, el pianista del El Avión, había muerto. Después se apagaron sus ecos y ahora el edificio, casi ruina, sigue esperando el momento en que sus dueños hagan caja.

¡Maldito parné!

Lula

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(1) La erudita es mi primogénita, que le han concedido una beca para estudiar antropología en Mexico D.F.
(2) El pianista arrastraba una pierna, algunos decían que era una prótesis. En las tinieblas que allí reinaban, nadie tenía claro las causas de su cojera.
(3) No he encontrado nada en Internet ni en la hemeroteca de El Mundo.