El cazador

Una terraza en la que no cabe una tumbona no sirve para nada”. Rotundo ¿verdad?. Pues no me sirvió de nada, me compré una casa con una terraza en la que apenas cabe una banqueta y que he llenado de tiestos en los que agonizan todo tipo de plantas no sé si por efecto del clima o de mi “mala mano”.

Pero, como no hay mal que cien años dure, este verano le he encontrado una utilidad. Coloco el escabel en la terraza y el sillón dentro, en el salón, así sentada con los pies al sol y el cuerpo a la sombra y la suave brisa que me proporciono, bien abriendo todas las puertas y ventanas de la casa, bien con el aire acondicionado, me tomo un cafetito a media mañana leyendo o divagando.

Desde las ventanas de mi casa se divisa un mar de tejados y chimeneas, su murmullo no proviene del agua sino del tráfico pero, desde esta nueva posición y a poca imaginación que le eches, puedes conseguir que las azoteas se transformen en puentes de mando, las antenas en mástiles y la barandilla salte de la terraza al yate. Si te meces un poco tienes hasta olas.

En una de las azoteas cercanas un señor mayor tiene instalado un palomar que yo miro con recelo, no me gustan las palomas, lo ensucian todo. Este hombre delgado, de pelo cano, sube todos los días del año a cuidarlas, las suelta para que vuelen y cuando se cansan vuelven a la azotea, les ha teñido las plumas del interior de las alas de rojo y las sigue con la mirada cuando se alejan y otea el horizonte si le parece que tardan. Hace años que le veo y he de suponer que él me ve a mí aunque dudo que pudiéramos reconocernos en la calle.

Hoy le he visto hacer algo nuevo para mí. Con el brazo izquierdo estirado simulaba apuntar con una escopeta a los vencejos, seguía a uno hasta el punto que le parecía bueno para disparar y luego escogía otra pieza. ¡Un cazador, mi vecino es un cazador! y está tan atrapado en su azotea como yo en mi pequeña terraza. Imagino que donde yo busco el mar y las gaviotas, él busca las eras y las perdices. Quizás esos campos arados hasta el horizonte que a mí me encogen el corazón a él se lo ensanchan, tal vez ese mar que a mí me libera a él le sobrecoge, mis gaviotas y sus perdices sobrevuelan el mar de antenas y las eras de tejas (¿¿¿???)

¡¡¡Rayos!!!. Hace tanto calor que te da el sol en los pies y se te reblandece el cerebro.

Mabeco

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