El diluvio electoral

Al caer la tarde, y a punto de hacer la cena, sentí unos golpes con los nudillos en la puerta de entrada de la cocina(1). Al abrir, me encontré con una funcionaria de correos que me traía una notificación certificada en la que comunicaba que mi hija mayor había sido designada como presidente suplente de una mesa electoral para las elecciones al Parlamento europeo.

Como la agraciada con el deber cívico se encontraba estudiando en Granada, dudé en firmar la notificación, pero la funcionaria me dijo que se podría excusar su asistencia alegando que estudiaba fuera. Del titubeo pase a la acción y firmé la carta certificada. En ese momento no sabía que por la puerta acababa de entrar una pesadilla que me duraría casi una semana.

Al día siguiente contacté con la Junta electoral de Madrid para informarme de cómo hacer los papeles. Una señorita muy amable me indicó que podía enviar la documentación por fax. El primer escollo fue que la mitad de los papeles estaban en Granada y la otra mitad en Madrid. Tras varias discusiones con mi hija, decidí por decreto ley que me enviase los justificantes y que yo lo tramitaría.

Toda ufana me fui con mi tocho de papeles para el fax, pero el otro extremo no estaba por la labor. Me puse a cavilar, y llegué a la conclusión que el fax era más que funcional, funcionario y que si no había a su vera un empleado público que observara cómo escupía las hojas, se apagaba por estar fuera de horas de ventanilla. Me puse a maldecir acerca de lo que cuesta que la Administración adquiera hábitos de servicio al ciudadano. En esto llegó el fin de semana.

El lunes siguiente, a primera hora, repetí la escena del fax con el mismo resultado. Empecé a dudar de mi razonamiento y llamé de nuevo a la Junta electoral de Madrid. Esta vez me atendió alguien menos amable pero más sincero. Al decirle que me habían tenido que dar mal el número de fax, me contestó ¿Qué fax? Aquí no tenemos ningún fax, los trámites se tienen que hacer personalmente en la calle Silva 19.

Cambié el formato de fax de la excusa a formato instancia, con ese estilo tan decimonónico de protocolo:"Menganita.... EXPONE…. SUPLICA… "(2). Al salir del trabajo me fui para el centro con mi expediente bajo el brazo. Caminaba por la Gran Vía a punto de doblar a la calle Silva, cuando el cielo de Madrid pasó de repente al estado líquido y se cayó de golpe sobre los transeúntes que a duras penas podíamos protegernos con el paraguas. Cuando llegué a las oficinas de la Junta electoral me quedé pasmada al ver que en medio del diluvio, los sufridos ciudadanos hacían una larga cola en la calle porque las oficinas eran tan pequeñas que no se cabía. Cayeron 100 litros por metro cuadrado y allí nadie protestó. Con sus papeles casi tan mojados como sus ropas, esperaron mansamente a que les llegara su turno. A mí también me tocó esperar, pero no era mansedumbre lo que había en mi corazón.

Totalmente empapada conseguí llegar a la ventanilla y entregar los papeles. Me fui pensando en lo mucho que tenemos que cambiar los ciudadanos para que el Estado nos respete y nos dé el servicio que merecemos después de pagar nuestros impuestos.

Lula

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(1) Desde hace años no me funciona el timbre y como es tan romántico lo de "tac-tac", no me decido a arreglarlo.
(2) Desde luego es increíble que los ciudadanos costeemos el sueldo de los funcionarios y luego nos veamos obligados a solicitar las cosas de esta forma tan humillante