El Ricardo

Cuando tenía cuatro años ya parecía un lobo de mar, ahora que tendrá 22 no lo parece, lo es. Le llamaban "El feo" pero yo nunca lo tuve por tal, sobre todo por sus ojos verdes de mirada penetrante y llenos de curiosidad e inteligencia. Su mirada felina, su complexión magra, su piel dura y curtida por el sol anticipaban un Destino seguro en la mar. Si no hubiera pertenecido a una saga marinera propietaria de barcos pesqueros que le aseguraba una ocupación y unos buenos ingresos no sé por qué derroteros habría discurrido su vida.

Se crió en una barriada marinera donde lo chiquillos gozaban de absoluta libertad. Me gustaría ver si Rousseau sería capaz de mantener sus tesis sobre el "buen salvaje" viendo a las pandillas de niños criados entre la retama, las dunas, y los fangos de la marisma. Solo acudía a su casa a comer y a dormir, dejando que su madre tuviera la casa como los chorros del oro. Todos contentos, la madre, él y sus seis hermanos, así, cuando llegaba el padre de la mar la casa estaba perfecta y los niños desfogados.

Mi hijo entabló amistad con "El Ricardo"(1) en su infancia, cuando íbamos a veranear a su barriada. Mi retoño era un niño urbano, pero su capacidad de adaptación al medio era magnífica y eso que tenía el handicap de tener la piel poco curtida y las plantas de los pies sensibles (2). Cuando venía "el Ricardo" a casa se comportaba muy formalito y había que invitarle a sentarse en el sofá porque si no permanecía de pie.

Por algún extraño motivo le gustaba hablar conmigo, siendo como soy poco habladora. Año tras año siempre que veía que llegábamos de vacaciones venía a visitarme y me ponía al día de los cotilleos, cosa que le agradecía porque me gusta estar bien informada. Conforme pasaron los años me iba contando lo que había pasado en el invierno. Cuando iba camino de su adolescencia se recreaba en contarme cómo hacían sufrir a la profesora y las bromas que le gastaban. Me imaginaba la desesperación de la señorita que seguro que no les aguantaba más de un curso a esa jauría de niños salvajes.

En mis conversaciones con "El Ricardo" me salía la vena de "abuela cebolleta" y le recriminaba su pérdida de tiempo para aprender y estudiar. He de agradecerle que se tragara mis discursos sobre la importancia del estudio y el aprendizaje para ensanchar horizontes, aunque al final siempre me decía que su horizonte era la mar y que para eso no necesitaba estudiar.

Cuando se hizo adolescente dejó de venir por casa. Tenía mucho entretenimiento con una vespino de color rosa que decía que se había encontrado enterrada en la arena(3) e iba haciendo alarde acústico de ella. Si nos veíamos por el pueblo nos saludábamos pero ya no eran nuestras conversaciones sobre el futuro.

Hace dos años lo vi llevar las andas de la Virgen del Carmen y me vinieron a la memoria los versos de Machado: "aquel trueno, vestido de Nazareno". Le hicimos una foto para recordarlo. Dos días antes lo encontré en un bar al lado de las calitas y me confesó que con 20 años tenía la vida hecha y que si hubiera estudiado ahora tendría otras cosas que elegir. Me emocionó que se acordara de la brasa que le daba en nuestras conversaciones y le contesté que una vida a los 20 años estaba por empezar.

En septiembre, cuando vaya por su barriada veré qué ha sido de él este invierno y cómo van sus horizontes.

Lula

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(1) Por agún motivo el articulo determinado siempre le acompañará a su nombre.
(2) Cuando pescaba bocas venía con la planta de los pies llena de cortes de los cristales y piedras que había en el fango. Sus amigos tenían un callo en el que los objetos cortantes no les hacían mella.
(3) Eso no se lo creía ni el más ingenuo.