El signo de los tiempos

 

Cuando veo una iglesia abierta y vacía, procuro entrar. En ellas encuentro -las más de las veces- silencio, paz y buena temperatura. Y con suerte, magníficas obras de arte.

He de reconocer que las que más me emocionan son las iglesias desnudas, o muy pobres. Tal vez sea por contraste con las iglesias de Sevilla, en las que el barroco anda agazapado tras las columnas salomónicas o entre el estuco y su pan de oro.

La más barroca de estas iglesias, la capillita de San José (1), está en una bocacalle minúscula de la calle Sierpes. La primera vez que fui, con el colegio, recuerdo que me explicaron frente al altar mayor el concepto de HORROR VACUI. Un concepto que hasta el día de hoy no se me ha despintado. Tan gráfica y obvia resultó aquella clase de arte.

Y héte aquí que después de unos cuantos lustros ausente de la tierra de María Santísima, volví para trabajar en una empresa que estaba en la misma calle Sierpes. Como entraba a las ocho de la mañana, compartía amaneceres con los empleados de banca, los funcionarios tempraneros (os juro que haberlos, haylos) y los habituales de mi línea de autobus.

Y como me pillaba de paso, antes del primer café pasaba a sentarme unos minutos en el último banco de la capillita. Allí, con el tiempo encapsulado a las ocho  menos diez, respiraba el pesado olor a incienso mezclado con el de los nardos que nunca le faltan a San José.

Aunque al principio creía estar sola en el templo, poco a poco fui conociendo a otros habituales que, como yo, hacían un alto para empezar el día tras haberse ocupado de su espíritu. Me sorprendió constatar que la mayoría de estos asiduos personajes vestían traje de chaqueta azul marino y llevaban un maletín de ejecutivo. Entraban, se persignaban, musitaban un padre nuestro, se volvían a persignar y salían al mundo.

Sentí la ausencia de las beatas de mi infancia. Por lo visto, en los años que viví fuera de Sevilla, las señoras pías habían sido desplazadas por los ejecutivos, al menos a esas horas de la mañana. Comenzamos a desearnos un buen día con una especie de sonrisa cómplice, no sé muy bien por qué.

Le comenté a uno de mis compañeros de trayecto en autobus –a la sazón director de banca, traje azul marino y maletín impenitente- que había encontrado a unos cuantos clones suyos rezando y suplantando a mis añoradas beatonas en la capillita de San José.

No pareció sorprendido. Se limitó a comentar:

- Tenemos mucha presión con la cuenta de resultados.

¿Será verdad que es por eso, por la cuenta de resultados, por lo que huyen del HORROR VACUI frente al altar barroco?

P'os menuda papeleta...

S.M

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(1) Curiosa anécdota de la capilla de San José y un CD-ROM: : Capilla de San José (Vía Ben Baso) y San José, DJ de la Capillita (vía ABC, Antonio Burgos)