Enchufada

Siempre me precié de conseguir las cosas por mi misma. Me daba mucha satisfacción personal e independencia en la vida. Pero ese camino se hace con mucho esfuerzo y se gastan muchas energías.

El día que probé la miel de la ventaja y me sentí una enchufada no me sentí ni insatisfecha ni esclava de nada, sino todo lo contrario, liberada de la pesada carga de ser una mujer hecha a sí misma.

Todo ocurrió de forma casual, como tantas cosas en la vida. Llevaba más de dos años dando tumbos con las clases de golf y jugando en el campo de prácticas sin conseguir tener un handicap que me permitiera jugar en un campo de verdad.

El handicap se conseguía cuando el profesor determinaba que tu juego era merecedor de él. También existía el atajo de pagar una cantidad al profesor para que viese el juego con mejores ojos o mediante un par de amigos que firmaban una tarjeta (más falsa que las pesetas de madera) de juego lo suficientemente buena para obtener el handicap. No me presté a la trampa y seguí dale que te pego en la cancha de prácticas para mejorar mi swing.

Todas mis amistades habían conseguido su handicap y jugaban en el campo grande. Sólo mi amiga Lola jugaba conmigo en el campo de prácticas por no dejarme sola, pero un día me dijo que me sacara el handicap de una vez porque me iba a dejar abandonada a mi suerte. Ante la presión me dispuse a ver la manera de obtenerlo.

Casi estaba determinada a hacer trampas y negociar con mi profesor, cuando la federación de golf estableció un nuevo procedimiento para conseguir el handicap. Pusieron unos exámenes que requerían el pago de una matrícula y para darle más credibilidad a la prueba empezaron a SUSPENDER. Me vi con una nube negra sobre mi cabeza, pero estaba decidida a pasar el mal trago de un examen y arriesgarme a que me suspendieran.

El día del examen tenía el coche en el taller y me acercó al campo de golf mi marido. Estaba nerviosita porque la prueba consistía en dar varios golpes de prueba con un pitch, un hierro 7 y una madera. Las maderas y yo somos incompatibles y no nos entendemos. Como me temía, a la hora del examen la madera no estuvo por la labor y solo conseguí dar unos rabazos.

Me veía ya suspensa y repetidora cuando el profesor que examinaba me dijo: “Tú eres la mujer de xxx, ¿no? Te he visto que venías con él” y con ojos de cervatillo asustado le dije: SÍ. Entonces ocurrió el trasvase de voltios y me puso en la tarjeta: APROBADO. En ese momento me pareció maravilloso ser una mujer de, a la que se le abren las puertas sin esfuerzo.

Creo que la soberbia me tenía cegada y que he estado haciendo el primo todos esos años

Lula

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