Esa extraña pareja

No recuerdo con exactitud el año, pero rondaría por 1994. Era Semana Santa y estaba de vacaciones en un pueblo de la costa de Huelva. Nos encontrábamos cenando en el bar Simón, también llamado el de las niñas, regentado por una Sra. Viuda(1) y sus cuatro hijas.

No habíamos empezando a comer cuando entró un matrimonio con dos niños pequeños, uno de ellos llevaba una pistola de juguete. La cara del marido nos resultó muy familiar pero no supimos acertar de qué; era alto y calvo, pudiendo pasar por madero de vacaciones. Se sentaron en una mesa detrás de mí, tan próxima que se oían las conversaciones. Junto con el matrimonio hicieron acto de presencia dos chicos fuertotes de unos treinta años que se sentaron en una mesa en el rincón, dónde los podíamos ver con claridad pero no oír.

No pudimos evitar escuchar al matrimonio cuando pidió la cena. El acento era de Madrid y casi se me sale de la boca el tinto de verano a modo de sifón cuando la señora dijo:

- ¿Tienen chuletitas?
- Sí, tenemos
- ¿Serán de cordero?
- No señora, aquí solo tenemos de cerdo.

Hay que tener poco mundo para no saber que de Despeñaperros para abajo no se pide cordero, ya que corres el riesgo de comer algo parecido a una oveja centenaria. Pero lo que no tiene perdón de Dios es comer carne en el paraíso del lenguado, el robalo (lubina) y los langostinos. Pensé de ella "vaya paleta la mujer del madero y se las da de fina con lo de las chuletitas".

No pudimos oír lo que pidieron los muchachotes, pero sí pudimos ver que estaban bien informados sobres las especialidades de la zona cuando les trajeron almejas, langostinos, cigalas ... Se estaban poniendo tan ciegos que despertaron mi interés y le dije a mi marido:

- Mira esos dos de la mesa del rincón, qué raro que dos hombres solos salgan a cenar por estos sitios. Lo normal es que vengan en grupos familiares o de parejas, pero solos... y fíjate como se están poniendo... seguro que son pareja (2).

Mi marido empezó a decirme cuan retorcida soy y qué me importaba a mí lo que comieran los de al lado.

Con una extraña sincronización el matrimonio con los niños y los mocetones terminaron de cenar a la vez, se levantaron y salieron a la calle. En ese momento me di cuenta que uno de los niños había dejado olvidada su pistola de juguete y salí con ella en la mano para dársela. En este momento los chicos tamaño armario de luna me salieron al paso, me quedé un poco parada y le dije al matrimonio:

- Se han olvidado la pistola.

Cuando entré de nuevo en el bar me dice la dueña: ¿No sabe quien es? ¡El ministro de defensa!. Efectivamente, el marido con pinta de madero era Julián García Vargas y la extraña pareja sus guardaespaldas.

¡Qué patinazo!

Lula

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(1) Según leí en un una revista local que encontré en un bar de copas de la zona, la dueña del Simón, muy bella en su juventud, trabajó de criada en la casa de Salvador Dalí. El pintor quiso hacerle un retrato desnuda y ella reaccionó a esta petición marchándose de su casa.
(2) Como se puede ver no he perdido el pelo de la dehesa y a la menor oportunidad me sale la vena conquense