La cocina

A las mujeres de mi generación nos dio por estudiar, por trabajar y por ser independientes. Nos engañaron o nos engañamos nosotras mismas con eso de tener una carrera profesional, llevar una familia y ser una superwoman. He enterrado los mejores años de mi vida en la vacuidad de la vida laboral, y ahora que me doy cuenta del error: no puedo recuperar el tiempo perdido.

Soy una persona bastante atareada que para poco por casa; pero en mi hogar tengo un territorio propio del que soy dueña: la cocina. Esta querencia me viene desde la infancia, cuando las casas no tenían calefacción y el único sitio en el que podías hacer los deberes sin morir congelada era la mesa de la cocina. Además, la luz fluorescente te iba preparando para el entorno de trabajo que te deparaba el futuro, cuatro paredes iluminadas con luz blanca. El único inconveniente eran los lamparones de grasa que adornaban el cuaderno de matemáticas.

Allí olía a gloria, a puchero, a pollo asado, a conejo al ajillo, a besugo al horno, a hogar sin avecrem. En tan reducido espacio se podía condensar el bienestar de la familia: calor, comida y conversación. La cocina era el sitio habitual donde se comía, salvo en las ocasiones señaladas. Ni siquiera los platos de duralex ni el hule que oficiaba de mantel, le hacían sombra a este rincón tan entrañable para nuestra existencia.

De este espacio de ensueño solo tengo buenos recuerdos, por eso, he querido que mis hijos la vean con mis mismos ojos. Afortunadamente dispongo de una cocina amplia donde tengo una zona para comer, tanto para las comidas diarias como para las extraordinarias. En casa no hay comidas de compromiso. Los que vienen a comer pasan directamente a la cocina, donde además de comer, se bebe y se tapea.

Los domingos amontono los periódicos y los dominicales por las encimeras(1). De esta forma, conforme va amaneciendo la familia, quedan atrapados en la cocina entre los efluvios de los pucheros y la prensa.

El advenimiento del wi-fi le ha dado una nueva dimensión. Ahora es posible ubicar el portátil(2) en la mesa de la cocina, lo que me permite navegar por Internet mientras guiso a los cuatro fuegos y al horno, y quién sabe si en un futuro próximo, tendré la oportunidad de teletrabajar entre cacerolas y sartenes.

Cuando los conductores machistas me increpan porque se me ha olvidado poner el intermitente al girar con el coche(3), suelen utilizar el tópico "vete a la cocina, que es donde tenías que estar". No saben los muy merluzos la razón que tienen.

Lula

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(1) El mismo problema que con el cuaderno de matemáticas
(2) El laptop como dice mi amiga mexicana Paty
(3) Es que no se puede estar en todo