La Reina Madre

En un relato anterior hablábamos de una centenaria Dama que se tomaba su gin-tonic en el Ritz a la que bauticé como la Gran duquesa Rusa a pesar de tener unas preferencias etílicas más inglesas que eslavas. Su vida tenía un paralelismo con la de la recientemente fallecida Reina Madre: ambas eran de la misma quinta, llegaron al final de su larguísima vida en magnificas condiciones mentales, si bien con algunos achaques físicos que no les impedían tomarse su vasodilatador preferido y endulzar su sangre azul degustando exquisitos bombones.

La Reina Madre, mujer muy ingeniosa, se autotituló de esta manera aunando los conceptos de maternidad y realeza en uno sólo. Al sentar precedente, las demás madres de reinas no quisieron quedarse atrás y la secundaron en el título, con tanta naturalidad que casi todos creen que el título se remonta al origen de los tiempos de la monarquía. Esta avispada mujer(1) que nunca fue bella, ni elegante sino más bien extravagante, muy aficionada a lucir conjuntos de vestido-abrigo de color pastel que complementaba con sombreros sorprendentes y bolsos minúsculos del tamaño de una petaca etílica, nunca se privó de nada, ni fue esclava de las modas, llevando una vida que envidiaría cualquier Top Model(2).

Ilustrándome estos días en la prensa de papel (ahora hay tanta prensa y de tan diverso formato que resulta obligado puntualizar), parece ser que se hizo de rogar antes de casarse con el Duque de York, futuro Jorge VI, ya que la ambición no era uno de sus defectos. Después de pasar por el altar, los duques de York iniciaron un largo periplo por los países más exóticos, libres de cualquier deber de estado. A los seis años de casados, muere el rey Jorge V y le sucede Eduardo VIII el cual, tras once meses de reinado, se buscó como excusa una novia americana bidivorciada que le libró del pesado lastre del deber, pasando el cetro y la corona a su hermano Jorge. La Reina Madre alimentó un odio eterno contra su concuñada Wallis Simpson, ya que la culpó de la renuncia de Eduardo VIII y nunca le perdonó que su marido tuviera que asumir la responsabilidad de reinar, carga que le llevó a la tumba a temprana edad.

Una de las debilidades de la Reina Madre fue su nieto mayor, por el que sentía un cariño especial. Es proverbial la miopía atroz que sufren las abuelas con los defectos de sus nietos y Carlos siempre alimentó su autoestima con la devoción de su abuela. Es curioso que fuera este querido nieto el único representante de la familia real que visitó a la pareja Eduardo-Wallis; su abuela, eternamente condescendiente con él, nunca se lo tuvo en cuenta.

Siempre que ocurren sucesos luctuosos en las monarquías, sale a la palestra el inefable Jaime Peñafiel con su base de datos de Access haciendo recuento de invitados que asisten al sepelio, trazado del desfile y modo de arrastre de los restos mortales (tanque, caballos...). Gracias a su memoria (dada su edad por su memoria RAM, ROM, Disco Duro y CDROM) sabemos que la siniestralidad en el oficio de Reina Madre es bajísima y que no existe la jubilación como concepto, sino que pasan a mejor vida, si esto es posible, siendo nonagenarias como mínimo. Solo Ingrid de Dinamarca, de 91 años, sobrevive a las Reinas Madres Isabel de Inglaterra(101), Juliana de los Países Bajos (90), María de las Mercedes de España (89) y Juana de Bulgaria (90). Cuando falte Ingrid, se cerrará un ciclo histórico de Reinas Madres longevas y quién sabe si las actuales reinas podrán mantener este título, ya que es requisito imprescindible que un hijo suyo reine y eso tal como están las cosas ..

Lula

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(1) Lo de avispada no es ni de lejos por su cintura
(2) Como dice el refrán popular, la suerte de la fea la guapa la desea