La soguilla

Siempre que alguien pronuncia la palabra “trepa”, rápidamente lo asocio a un personaje que llamábamos “La Soguilla”, por su afición al alpinismo de altas jerarquías. Como practicante de una actividad de riesgo, se ha prejubilado a los cincuenta años con el riñón bien cubierto.

El muchacho siempre quiso estar en la cima, por lo que ya en sus tiempos de estudiante militó en el Partido Comunista, donde recibió una sólida formación (gratis total) en dialéctica y conspiración que utilizó a lo largo de su carrera profesional con suma maestría.

Lo conocí en 1980, cuando entró a trabajar en el mismo proyecto que yo. Todos los que allí trabajábamos éramos muy jóvenes, recién salidos de la Universidad; estábamos en un estado de pureza e idealismo que ahora me hace reír. Queríamos hacer grandes cosas, demostrar lo listos que éramos entregándonos en cuerpo y alma al trabajo. No sabíamos lo que era la corbata y cubríamos nuestra ropa de sport con una bata blanca cuyo bolsillo superior estaba lleno de bolígrafos y lápices, estando los bolsillos inferiores descosidos a fuerza de guardar útiles de trabajo como extractores de EPROM, destornilladores y algún que otro conector.

Él nunca llevó bata, aunque no llegó a ponerse corbata para no desentonar. Nuestros caminos divergieron en tan sólo un año. Los pardillos de la bata perseguíamos terminar un proyecto de innovación a cinco años vista, él simplemente quería ser director de lo que fuese. No había que ser muy listo para darse cuenta de que el entorno de jóvenes soñadores no era el mejor campo abonado de oportunidades para satisfacer sus aspiraciones.

En vez de estudiarse las normas CCITT (ahora ITU) se estudió la estructura de la empresa y la forma de ir escalándola. Eligió a su primera víctima, a fuerza de halagos y zalamerías se hizo su hombre de confianza. Cuando intuyó que su protector iba de capa caída, un mes antes de que lo defenestraran ya había elegido otra presa más propicia a sus intereses y aplicando una técnica depurada de seducción laboral consiguió ser de nuevo mano derecha de alguien con poder.

Los soñadores de la bata veíamos con escándalo su actitud rastrera pero no podíamos dejar de constatar los buenos resultados que obtenía. En ese momento le pusimos el apodo de “La Soguilla” y nos refugiamos en nuestro pundonor para que la injusticia no nos hiriese.

La continua ascensión y el mantenimiento en los estratos superiores de las empresas no es tarea fácil, pero cuando se alcanza un nivel y se consolida, se adquiere una cualidad de flotador en la que es posible mantenerse siempre que no se cause ningún desaguisado. Nuestro trepa necesitó dos años para ser director, cuando se le agotó el elenco de directivos a los que seducir y la empresa empezó a decaer, se buscó el calor de otra compañía a la que accedió en olor de director, apelativo del que no se ha apeado hasta su feliz prejubilación.

Lula

Más relatos de Lula, pulsar aquí
e-mail de contacto: seccionfemenina@gmail.com