La fábula de las cerezas

Si en algo me distinguió la fortuna fue en el abuelo maravilloso que tuve. Siempre supuso un ejemplo para mí, pero la verdad es que nunca podré alcanzar todas sus virtudes, ya que mis genes están contaminados con los de otros ascendientes menos perfectos.

Mi abuelo vivió una infancia difícil, se quedó huérfano de padre y madre con 10 años, teniendo que dejar la escuela y ponerse a trabajar en el campo. Ese revés del destino no impidió que aprendiera por si mismo multitud de disciplinas, llegando a ser una fuente de sabiduría. Aparte de los conocimientos aplicados a su profesión de agricultor, ganadero y apicultor, era especialmente aficionado a los juegos de ingenio de las matemáticas y a las fábulas con moraleja.

Era alto y enjuto, con unos ojos negros de mirada profunda que te taladraban el cerebro, y resultaba imposible decirle una mentira porque tenías la seguridad de que te estaba leyendo el pensamiento con esos ojos penetrantes. Trabajador incansable, con un sentido del deber, la lealtad y de la honradez que nunca he visto superado, tenía un interior tierno, aunque inspiraba tanto respeto que a veces se confundía con temor. De todas sus nietas yo era la favorita y siempre andaba detrás de él como un perrillo. De las fábulas que me contó, recuerdo con especial cariño la fábula de las cerezas, que es muy oportuna en los tiempos que corren. A continuación os la relato para que podáis reflexionar sobre ella.

Era verano y casi al amanecer partieron un abuelo con su nieto a la feria de un pueblo vecino con las caballerías cargadas con parte de su cosecha de grano. A la mitad del camino el abuelo vio media herradura en el camino y le dijo a su nieto:
- Recoge este trozo de herradura.
El nieto le contestó:
- No merece la pena, es sólo un trozo de herradura
El niño siguió caminando, pero el abuelo sin decir nada se agachó, recogió el pedazo de herradura y se lo guardó en el bolsillo. Llegaron a la feria, hicieron sus tratos, cargaron las caballerías con los resultados del trueque del grano por otros productos y antes de partir del pueblo el abuelo pasó por la herrería, donde le dieron unas monedas por el trozo de herradura con las compró un cucurucho de cerezas.

Era mediodía cuando regresaron a su pueblo. El sol abrasaba de forma inmisericorde. El niño tenía sed pero no se atrevía a pedirle cerezas a su abuelo. De repente, el abuelo tiró una cereza al suelo y el niñoo, sediento, se apresuró a agacharse para recogerla y comérsela. El abuelo fue tirando una a una las cerezas al suelo y el niño repitió la operación de recogerlas del suelo para llevárselas a la boca. Cuando llegaron a casa, el niño le preguntó al abuelo por qué había ido tirando las cerezas en vez de dárselas y el abuelo le respondió - Si te hubieras agachado una sola vez para recoger el trozo de herradura, podrías haberlo vendido y comprarte cerezas para la vuelta del camino. Por no hacer un esfuerzo en su momento, has tenido que esforzarte muchas veces.

La fábula tiene muchas lecturas. Una de ellas es que hay que saber aprovechar las oportunidades, que se le puede sacar partido a casi todo y que nunca hay que despreciar nada por humilde que parezca. Otra lectura es que la falta de rigor en cualquier actividad te lleva a sobreesfuerzos innecesarios cuando surgen las consecuencias de la dejadez.

!Qué pena! En estos tiempos que transcurren tan deprisa, los chapuceros llegan la cúspide profesional antes que aparezcan las consecuencias de su falta de rigor y es a otros a quienes les toca agacharse a por las cerezas.

Lula

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