Las puertas del noveno

En el rellano del noveno, las cuatro puertas, ofrecen grandes oportunidades de negocio para los cerrajeros. Se cierne sobre él la maldición de la puerta cerrada sin posibilidad de abrirla con su llave.
En la letra A se aloja un matrimonio octogenario, a su lado, en la letra B, vive un señor mayor, solo. El Piso C está habitado por una mujer recién divorciada y sus dos hijos. En la puerta D se encuentra la casa de una pareja de recién casados que conozco y que me contó los muchos y extraños sucesos que han provocado que la visita del cerrajero sea algo habitual en la planta novena.

Mis amigos de la letra D paran poco por casa, ambos trabajan y cuando llegan a su vivienda es para cenar. Suelen utilizar de forma alternativa el telechino o la telepizza. Estas costumbres tan poco enraizadas en la tradición culinaria española han despertado la curiosidad de los vecinos octogenarios que viven enfrente de ellos. La señora no aprueba esos métodos alimenticios y de vez en cuando les hace una cena "como Dios manda". El señor tampoco se queda al margen y a veces les compra verduras para que su alimentación sea más sana. Pero estos vecinos son muy prudentes y nunca traspasan el umbral de la puerta para no inmiscuirse en la intimidad de la pareja.

Al poco de instalarse allí, un fin de semana golpeó en su puerta el vecino de abajo para advertirles de que su vecina de la letra C estaba pidiendo socorro y que le dejaran entrar para ver qué se oía a través de la pared colindante. Los recién casados estaban durmiendo y no habían oído nada. Al abrir la puerta se encontraron con que venían más vecinos al oído de la llamada de auxilio y que se colaban en la casa. Todos pensaban que la tragedia estaba servida porque la mujer en apuros estaba recién divorciada y se la imaginaban al borde de la muerte. De esta manera, con el pijama aún puesto se encontraron con la casa llena de curiosos y, lo que son las cosas, se interesaban más por las reformas de la vivienda que por la suerte de la vecina que pedía ayuda. La cosa fue más leve de lo que se pensaba, simplemente se había quedado encerrada en la terraza y pedía ayuda para salir. Todo se arregló con la visita del cerrajero.

Después de este incidente mis amigos de la letra D tuvieron que llamar dos veces al cerrajero porque la puerta no se podía abrir, pero ambas ocasiones estaban exentas de parafernalia anecdótica. Ha sido la última visita del cerrajero, que paso a describir, la que goza de todos los elementos de una puesta en escena teatral que va desde el vodevil al drama.

Detrás de la puerta D había reunión familiar; se celebraba el cumpleaños de la joven esposa. Era una reunión muy íntima, se habían reunido a comer tan solo con sus padres. A la hora de servir el café, la madre de ella propuso invitar a los vecinos octogenarios ya que eran tan amables con la pareja. Cuando llamaron a la puerta A para invitarles a tomar el café, los vecinos se resistían bajo la excusa de que ellos no querían turbar la intimidad de la celebración. Después de la consabida discusión con sus tira y afloja, finalmente accedieron a la propuesta.

No sé si la falta de costumbre o lo imprevisto de la invitación, puso al matrimonio octogenario nervioso y salieron dejando las llaves puestas en la cerradura interior. La puerta se cerró y no se podía abrir desde fuera. Lo que en principio era una celebración, se tornó en otra cosa. Una vez dentro de la puerta D, en vez de tomar café se pusieron a buscar el teléfono del seguro para que enviase a un cerrajero. Sin embargo, el señor mayor se resistía a una solución tan drástica y buscó otra alternativa para abrir su puerta.

En la Letra B ya no se encontraba el señor que vivía solo, había fallecido hacía dos días, pero estaba su la familia. El abuelo de la puerta D vislumbró una solución: el truco de la radiografía para abrir el resbalón de la cerradura. Ni corto ni perezoso de dirigió a la letra B y tras dar el pésame a la familia les pidió que buscasen una radiografía, que él sabía que hacía poco se había hecho el difunto. Los deudos del muerto abandonaron sus duelos para buscar la radiografía y cuando la encontraron se la entregaron al octogenario.

Cada vez había más gente en el descansillo, los que llegaban le daban el pésame a la familia que estaba en duelo y se unían al coro de mirones que observaban el intento de abrir la puerta con la radiografía. En un momento dado, el octogenario le preguntó a la familia del fallecido si no les importaba que doblase la radiografía, a fin de cuentas ya no les hacía falta. Pero tras muchos intentos, aunque movieron el resbalón no pudieron abrir la puerta y al final vino el cerrajero a hacer caja.

Me imagino que desde el cielo el difunto estaría tronchándose de risa viendo a sus vecinos luchar contra la maldición de la puerta.

Lula

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