Las Ventas

Hemos pasado el ecuador de la Feria Taurina más importante del mundo, en esa Catedral de la lidia llamada la Monumental de las Ventas. Desde 1930 la plaza de toros de Madrid domina una explanada que aún no ha sido acorralada del todo por la especulación urbanística. Los que acuden puntuales a la cita diaria durante un mes, lo hacen por motivos diferentes y se comportan como cuento más adelante.

El Todo Madrid llega en fastuosos coches, generalmente con chofer, y se da cita antes de las 7 de la tarde (5 hora solar) con sus mejores galas para dejarse ver. Las señoras con trajes de chaqueta de colores pastel y una flor natural en la solapa, portando en una mano un abanico y en la otra una almohadilla comprada en la tienda "El caballo" (sucursal de la central sita en Sevilla). Los señores, muy bronceados, con sus chaquetas azul marino con botones dorados que abrochan a duras penas por la barriga que delata su poca propensión a la virtud de la templanza; el pelo (quien aún lo tiene) (1) suele estar reluciente gracias una generosa ración de gomina. Los señores acostumbran a llevar junto con el puro a su legítima, ya que en la plaza de toros se pierde el maravilloso anonimato de Madrid y de repente todo el mundo se conoce y conviene guardar las apariencias. Si observas a las parejas del Todo Madrid, salta a la vista la brecha afectiva que los separa y los intereses que los unen. Estas élites tan finas se sitúan en los tendidos bajos de sombra.

Los aficionados, que brotan a borbotones de las escaleras del metro, llegan apurados del trabajo y a pesar de no tener resuello, llevan su puro XXL para fumárselo durante toda la corrida de toros. Sufren cuando los toros no son buenos. También cuando son buenos... pero el torero no está a la altura de las circunstancias. Su falta de refinamiento les lleva a expresarse con voces malsonantes que van en aumento conforme se vacían las botas de vino. Aunque son los más puristas y mantienen el nivel de exigencia de la plaza, muchas veces son injustos con ciertos toreros a los que abroncarán de forma desmedida. Se agrupan desde el tendido a la grada del 7, en localidades de sol y sombra.

Los jubilatas, que también surgen del transporte público, llegan los primeros para situarse en la andanada y son incapaces de ver los seis toros, abandonando la plaza entre el quinto y el sexto. Esta huida no sé si responde a los problemas de próstata o a que les cierran el comedor de la residencia de la tercera edad.

Los de los pueblos llegan en autocares que aparcan en las inmediaciones de la plaza y que perturban más si cabe el tráfico regulado por la autoridad incompetente. Son el público más ferviente y aplauden hasta a Jesulín de Ubrique. Se ubican en los tendidos de sol, y si algún torero quiere cosechar aplausos totalmente inmerecidos, no tiene más que arrastrar al toro a los tendidos soleados y allí le aplaudirán a rabiar.

Los advenedizos llegan en taxi o a pie si les han invitado a comer por la zona. No compran sus entradas ya que son invitados por empresas a modo de atención. Los suelen repartir por toda la plaza según la importancia del invitado y del que le invita, pero se les nota que no saben de toros y que no han pagado la entrada. Algunos advenedizos, a fuerza de ser agasajados, terminan siendo aficionados pero sin caer en la tentación de pasar por taquilla.

Una vez que finaliza la corrida de toros, salvo los jubilatas que ya estarán en su casa, el público se mezcla y se distribuye por las tascas de la zona donde les será aplicado un puyazo trasero a la cartera, cual tercio de varas. A diferencia de los toros, el público demuestra su casta repitiendo la visita sin importarle el castigo.

Lula

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(1) Algún día os contaré el producto cartesiano barriga/pelo en la evolución del hombre