¡Qué noche la de aquel día!

Durante el día pensaba que era una persona normal, del montón, pero la noche me abrió los ojos y me mostró que vivo dentro de una burbuja que me impide ver lo ajena que estoy del mundo real, de la calle.

Era verano y las fiestas del barrio de Hortaleza estaban en su apogeo. Habíamos quedado en el auditorio del distrito(1), donde tocaban los Celtas Cortos. La basquilla que por allí pululaba era bastante ajena a mi entorno habitual y me empecé a sentir en franca minoría. Encontré un programa de las fiestas y vi la foto de la de la concejala, una señora del PP con melena corta que despejaba su frente con una diadema de terciopelo muy acorde con la estética de esas señoras con estilo paquita(2). Me sentí aun más ajena a esta imagen y me empecé a preguntar ¿en qué burbuja vivía yo?

Esperamos a que llegaran nuestros amigos y ¡sorpresa! éramos media docena que parecía salida de una película de Almodóvar. El elemento aglutinador del grupo era una entrañable amiga familiar que aportaba un amigo británico de tamaño XXXL, un novio artista y un colega de su novio de cuando era ferroviario, y que aún seguía en la profesión. El británico venía cocido, había perdido toda su flema inglesa y su carácter reservado, hablaba por los codos y estaba dispuesto a contarle su vida al que tuviera la paciencia de escucharlo. El colega ferroviario, con una cintura de obispo que le hacia caminar de forma pendular mientras que las manos se balanceaban de adelante hacia atrás, venía con la esperanza de ligar, esperanza que no perdía a pesar de sus reiterados fracasos. Mi marido y yo, con solo observar el panorama, teníamos entretenimiento. El Artista, el más inquieto, rápidamente nos convenció de que lo que teníamos que hacer era irnos a las fiestas de San Fernando de Henares, nada que ver con las de Hortaleza.

Para San Fernando nos fuimos, no sin antes ser advertidos para no confundirnos con Coslada, que para el artista significaba la encarnación del mal. Llegamos a una feria con sus típicas casetas, en las que se mezcla el olor a fritura con el humo de la plancha en la que se destripan los chorizos y las morcillas mientras se doraban los pinchos morunos y los lomitos de cerdo. Con esta oferta que incitaba a una orgía de colesterol nos sentamos en una mesa, no sin antes pedir un bote de ketchup para el británico, que aunque relajado en su identidad, en el papeo le salía la vena sajona(3) .

Una vez que tuvimos el estómago debidamente engrasado, pasamos a diluirnos entre los efluvios del alcohol. En la plaza cuadrada de San Fernando habían dispuesto unos kioscos y unas terrazas al aire libre donde se expendían en abundancia las bebidas etílicas en formato unitario o comunitario. El británico seguía incrementando el índice de alcoholemia de su sangre e intentaba asesorar al ferroviario de cómo ligar, pero en una actitud muy española nos decía a sus espaldas:
- Lo que tiene que hacer este chico para ligar es adelgazar.

Mientras tanto yo seguía dándole vueltas a lo de mi burbuja, envuelta en el problema de mi ubicación existencial -cuanto más bebía más existencial me iba poniendo-, cuando repentinamente mis pensamientos se proyectaron por medio de la palabra y me salió la vena pedante, dando como resultado la siguiente perla:
- A pesar de estar tan cerca de Madrid, ¡cómo se nota la brecha social con San Fernando!
A lo que me contestó el ferroviario:
- Lo que quieres decir es que te parecemos muy cutres, ¿no?
En ese momento pensé lo guapa que estoy callada y dejé mis pensamientos encerrados en mi mente y a mi lengua sumida en una parálisis total.

La noche transcurrió en la misma forma que había empezado: el de la pérfida Albión ahíto de alcohol, el ferroviario intentando ligar hasta el último momento, el artista despotricando de Coslada y loando a San Fernando y yo con la convicción de ser una mujer burbuja que no se entera de nada y que no conoce el mundo en que vive.

Lula

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(1) También llamado el de las cuatro tetas, por los toldos que asemejan esa parte de la anatomía femenina y que, lamentablemente, fueron retirados por problemas funcionales.
(2) Se puede definir el estilo paquita en la elegancia no innata, que se intenta adquirir por medio de unas mechas rubias, peinado de peluquería -generalmente melena corta- trajecito chaqueta /falda con blusa de seda a ser posible con lazo, perlas, tacones de aguja, maquillaje y perfume a discreción.
(3) En la mesa y en el juego se conoce al caballero.
(4) Hay otra plaza redonda mucho mas apacible, para descansar del tumulto de la cuadrada.