Qué tarde la de aquel día...

Rondaban las 18:00 h., cuando una llamada de mi hija mayor me sacó del ensimismamiento ante el correo electrónico para advertirme que le tenía que comprar fastum gel y un cartucho de tinta para la impresora. Después de echar unos exabruptos sobre el precio del cartucho de tinta y lo poco que dura, rauda y veloz conmuté mi condición de empleada modelo por la de madre amantísima: mi hija me requería para esa tarea tan grata de aflojar la guita para satisfacer sus necesidades.

Al salir de la oficina, una auténtica marabunta se agolpaba en la entrada del edificio. El motivo era una lluvia torrencial mezclada un fuerte viento. Afortunadamente llevábamos paraguas, una amiga y yo nos dirigimos hacia el aparcamiento compartiendo el paraguas con el notari, al que le había pillado la lluvia por sorpresa. Al llegar al aparcamiento, exclama mi amiga: "¡Tu coche no está!". En esto que me viene a la cabeza que al mediodía me he ido a comer fuera y que he dejado el coche en la calle Arturo Soria. Bueno, no pasa nada, nos lleva el notari al coche y ya está. ¡ja,ja! me percato que tampoco llevo bolso, con las prisas.... agradecemos al notari su caballerosidad pero me tengo que volver a la oficina a por el bolso. Atravesamos de nuevo la cortina de agua, recojo el bolso y ¡milagro! En la puerta está el coche de otra amiga que nos lleva a la vera de mi coche.

Tras padecer un espantoso atasco en la M-30, debido a la tromba de agua, llegamos a casa de mi amiga donde casualmente venden muy baratos (dentro de lo que cabe) los cartuchos de tinta para impresora. El siguiente paso es ir a la farmacia para comprar el fastum. Al salir, el cielo me escupe con violencia inusitada todo el agua del mundo, en todas las direcciones.

Cuando llego a casa y entro en el ascensor, el espejo me devuelve la imagen de una gabardina empapada y un pelo como lamido por una vaca. ¡Patético!

Lula

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