Romería en el Club de Campo

La segunda edición del Telefónica Open de Madrid(1), puntuable para el Circuito Europeo de la PGA, se celebró en el Club de Campo Villa de Madrid. Gracias a que Cris, lectora de la sección femenina, me consiguió dos pases a última hora, pude ver, la víspera de la final, a las grandes figuras del golf europeas.

Llovía a mares, el campo de golf estaba precioso, con ese verdor húmedo que te hace pensar que no te encuentras en la estepa castellana. Nunca antes había estado allí. Iba con la boca abierta, no sólo por la admiración, sino por las cuestas que tenía que subir y en las que perdía el resuello (no en vano toda una vida fumando pasa factura aunque lleves varios años sin dar una calada).

Cuando vi de cerca la efectividad del swing de las figuras, me pareció que el nombre de ídolos del golf es muy apropiado, porque hay que contenerse para no caer en la idolatría. Estoy segura que si Mefistófeles se diera una vuelta por los circuitos profesionales de golf, iría reclutando adeptos entre los espectadores que venderían su alma por un swing de profesional.

Pero no hablemos de demonios, porque la liturgia que acompaña a un partido de golf profesional es muy parecida a la Católica. Cada Jugador va acompañado por su caddie, que oficia a modo de monaguillo. En vez de la tradicional saya blanca con puntillas llevan un peto, también blanco, con el nombre de su señorito. Al partido le acompaña el hombre-resultado, es decir, una persona que porta un cartel con los resultados de los jugadores. Esta figura se asemeja en extremo al sin pecado de las cofradías andaluzas.

De repente, nos cruzamos con una multitud sobre las verdes praderas, que a modo de romería iba siguiendo al niño, no al Niño Jesús de Praga, sino a Sergio García. La devoción de los fieles seguidores era incondicional porque el resultado que portaba el sin pecado no era nada bueno para él. Nos unimos a la multitud pero aquello tenía tanta afluencia que la visibilidad era casi nula. Abandonamos la romería del niño para buscar el partido en el que iba el ganador, el inglés Paul Casey.

En el hoyo 15 se divisaba una panorámica majestuosa de Madrid, desde el Palacio Real hasta el antiguo Ministerio del Aire, pasando por los altos edificios de la plaza de España. En este horizonte mágico apareció el partido ganador con un -15 en el sin pecado. No despertaba fervor, tan sólo llevaba un puñado de observadores por lo que decidimos seguirlo hasta el final del partido. Vimos que uno de los caddies, sueco para más señas, calzaba sandalias franciscanas que dejaban los dedos al aire -más bien al agua-, no sé si por una promesa o porque le habían tomado el pelo diciéndole que en España nunca llueve.

Llegamos al hoyo 18, en el que estaba instalado el tablón de resultados. Con estupor comprobé que en vez de un super-mega-chachi panel electrónico actualizado con tecnología Wi-Fi, propio de un patrocinador tan tecnológico, había unos muchachos que colocaban a mano unos plastiquillos con los resultados. Este es un punto de mejora para el próximo Open de Madrid, porque es difícil que las figuras mejoren su swing.

Lula

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(1) El Open de Madrid fue recuperado hace dos años dentro de una de las líneas de acción del proyecto olímpico madrileño. El objetivo es mantener el prestigio que gozó durante cuatro décadas hasta su desaparición, a principios de los 90.