Servicio Técnico

Mi hija, la erudita, tenía un teléfono móvil comprado en Alemania durante su beca Erasmus que quería regalar a su hermana pequeña para que lo usara en España. Mi hijo me informó que había cerca de casa un servicio técnico que liberaba a los móviles de las cadenas de la operadora por 12 euros.

Cuando llegué al servicio técnico estaba tan lleno que la cola de parroquianos salía por la calle. La parte del local visible al público era muy pequeña. De la pared izquierda arrancaba un pequeño mostrador en el que cabían dos personas. En la pared derecha había una puerta que conectaba con el recinto donde afanosamente unos chavalines hacían las faenas de aliño con los móviles. Detrás del mostrador, una ventana interior comunicaba con el laboratorio, a modo de torno de convento de clausura, pero sustituyendo el elemento giratorio por tres cajas, cada una de un color para cada tipo de trabajo.

La atención al público la realizaba un jovencito, de negros cabellos engominados con caracolillos en la nuca, que rondaría los 20 años. Su trabajo, que ejercía con gran maestría, consistía en atender a los clientes, eliminando tensiones y evitando que la cola creciese mucho. Era impresionante su saber hacer, y la manera de torear las situaciones tensas, por larga espera o por reclamaciones. Ayudando al joven había una muchacha de su misma edad con unos enormes ojos azules acuosos y con la cara salpicada de pecas que le proporcionaban un aire de ingenuidad. Ambos jóvenes iban vestidos con una bata blanca acorde al aséptico negocio del servicio técnico.

No llevaba ni cinco minutos en la cola, cuando empecé a tener la sensación de estar al borde de la legalidad. Los clientes, de todas las razas y credos, llevaban una media de seis teléfonos móviles para liberar, que algunos guardaban dentro de un taperware. A mí sólo se me ocurría una explicación, pero me parecía imposible que eso ocurriese a la luz del día y con tanta naturalidad. Cuando me flaqueaba mi razonamiento(1), me sacaba de dudas el joven que atendía a los clientes con la siguiente frase: Este teléfono está manipulado, le costará 20 euros y lo acompañaba con un gesto de complicidad.

Llegó mi turno e influida por el ambiente de culpabilidad me puse a darle mil explicaciones de por qué liberaba el móvil. El muchacho me escuchó con toda corrección sin inmutarse y me dejó en manos de su compañera que me pidió el carnet de identidad y me fichó en su sistema de control de clientes.

Todavía conservo la caja donde venía guardado el móvil que compró mi hija a la operadora alemana Tmobile por si algún día viene a mi casa la policía.

Lula

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(1) Piensa mal y acertarás o uno más radical: piensa mal y te quedarás corto.