Terror Amarillo

Llegamos a Santiago de Chile a principios de noviembre en un delicioso día de primavera. Habíamos dejado el otoño en Madrid y nos sobraba la ropa de abrigo. Nos recogió en el aeropuerto un taxista particular que nos había enviado un amigo para que nos llevase a su casa. El conductor, un hombre tan amable como tranquilo, nos llevó sin sobresaltos a nuestro destino que era la comuna de Providencia.

Tuvimos que atravesar la avenida de Bernardo O'Higgins y allí notamos algo muy extraño en el reparto de carriles de la vía pública. Había dos carriles para coches y tres para autobuses, proporción impensable en Madrid, donde si existe carril bus, este es único, se comparte con los taxis y se invade por lo coches continuamente. Enseguida vimos el respeto que tienen los chilenos por las normas(1), los coches y taxis iban encajonados en sus carriles y los autobuses, de color amarillo, circulaban con ligereza por su espacio reservado. Así fue nuestro primer encuentro con el transporte público chileno que está en manos de concesiones privadas y que es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el liberalismo salvaje.

Al día siguiente de llegar nos dispusimos a tomar un autobús en la calle Tobalaba. Las paradas no tienen información de los autobuses que paran y no teníamos ni idea a donde llevaban, pero no teníamos prisa y queríamos conocer la ciudad. El primer autobús que llegó llevaba el rótulo de Tobalaba-Maipú y resultó una buena elección pues nos llevó a donde queríamos ir. Una vez dentro del autobús pudimos observar que los años no pasan en balde, al contrario de lo que dice el tango "que veinte años son nada...". El desgaste de los vetustos asientos, remendados y vueltos a remendar y sin embargo con agujeros, denotaba el jugo que se le había exprimido al vehículo y el que sin duda aún quedaba por estrujar.

Este fue nuestro segundo encuentro con los demonios amarillos que a pesar de sus años corrían a la velocidad del rayo. No desperdiciaban ni un minuto en la carga y descarga de viajeros, paraban en el carril que más les convenía en cada momento y los avispados pasajeros se bajaban casi en marcha sorteando a otros autobuses que circulaban por otros carriles. Esta lucha frenética por transportar más viajeros se veía reforzada por la figura que denominé "el suicida del cuaderno". Este personaje permanecía impávido en medio de los carriles-bus, tomando nota de los autobuses que pasaban e informando a su vez a los conductores sobre cuantos competidores llevaban por delante.

Pero fue el primer día que nos dispusimos a tomar una autobús desde el Centro hacia Providencia cuando sufrimos el encuentro en la tercera fase del terror amarillo. Imagínese el lector tres carriles llenos de autobuses a toda galleta, entre los que tenías que detectar el rótulo de tu destino y hacerle señas para que parase. Si se conseguía llamar la atención del conductor se abrían las puertas unos segundos. En tan breve espacio de tiempo era preciso alcanzar el carril del autobús deseado, no sin antes sortear a los otros autobuses que circulaban por otros carriles y entre cuyas intenciones no estaba el parar.

No se puede negar que el liberalismo es eficiente, no es preciso esperar ni un minuto para que llegue un autobús deseado, la duración del trayecto es inferior que la de un taxi, pero... el liberalismo va dejando en la cuneta (en este caso la acera) a los que no son capaces de adaptarse al medio. Los ancianos, los niños, las personas con minusvalías motoras, las que tienen falta de agudeza en la vista, las que no se han ejercitado en la lectura rápida, etc. no pueden ser usuarios de este medio de transporte sin correr un grave riesgo.

Después de echar pestes de los autobuses de Madrid, donde te salen telarañas esperando que vengan, con los que tardas horas en llegar a tu destino, empiezas a ver que es un servicio destinado a un mundo más humano donde todos pueden acceder al transporte público.

Y después de todo ¿qué prisa tenemos en llegar a los sitios?

Lula

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(1) Como dice mi buen amigo JG, a él la única norma que le gusta es la Norma Duval.