Torneo de golf

En el puente de la Constitución se organizó un torneo en una zona del sur de España. Los participantes eran socios de un club de golf formado por los empleados de una gran Corporación y sus familiares directos. Asistí como acompañante a título de esposa.

Este tipo de reuniones son dignas de estudio sociológico porque cada persona tiene dos componentes: su nivel jerárquico y su handicap personal, siendo normal que estos valores estén descompensados. En este caso concreto, el secretario del consejo, máxima autoridad(1) , era el que tenía peor nivel de juego(2) .

Uno de los puntos más conflictivos de un torneo es organizar los grupos de salida. Normalmente los jugadores quieren jugar con otros de nivel de juego superior. Como no es posible satisfacer a todos, siempre hay alguno que protesta cuando le incluyen en el pelotón de los torpes, salvo que le toque con el secretario del consejo en cuyo caso no podrá disimular su satisfacción.

Otro efecto que se manifiesta es el efecto coronela, que consiste en que la esposa hereda la jerarquía de su marido y establece relaciones jerárquicas con otras esposas. En este caso, el nivel de juego del marido no puntúa en el plano de la relación. Este tipo de relaciones se manifiesta sobre todo a la hora de la comida cuando se agrupan por mesas y en los asientos del autobús.

La competitividad de juego se complementa con la pugna por los recursos escasos, tales como proveerse de bocadillos en una parada del autobús, la lucha por encontrar mesa en el comedor, la aventura de llenar tu plato trinchero con el buffet del hotel, un asiento delantero en el autobús... En estos comportamientos puedes entrever la vileza del ser humano en todo su esplendor.

Inicié el viaje con mi mejor predisposición y respeto a los participantes, pero tras tres días de sufrir la marginación social de las coronelas, de quedarme sin nada que poner en mi plato trinchero, ni mesa en que sentarme, harta de ver hacer trampas al secretario del consejo y escuchar como le adulaban sin el menor recato, se me despertó lo peor de mí misma y haciendo gala de la frase de Mae West: Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor, tracé un plan y en el viaje de vuelta pude ejecutar mi venganza.

Primero trinqué el mejor sitio del autobús en el que solía sentarse una coronela por la que sentía especial inquina. Cuando llegó la presunta usufructuaría del asiento, empezó a hacer comentarios sobre la falta de respeto a los mayores. Me hice la tonta -que se me da muy bien- y seguí sentada en mi sito como si nada. La muy bruja, le quitó el sitio a su mejor amiga y cuando ésta llegó se excusó acusándome, pero yo tenía la conciencia muy tranquila.

En la primera parada del autobús, dada mi situación estratégica, pude salir de los primeros y pillar un pedacito de mostrador. Para reservar el sitio hasta que viniera mi marido me coloqué de espaldas al mostrador apoyando los codos en la barra. No era una postura muy femenina pero era estratégicamente acertada. Estando de esta guisa vi acercarse al secretario del consejo, que acostumbrado a todo tipo de deferencias esperaba que le cediese parte de mi sitio. Craso error de cálculo por su parte; con una mirada cargada de intención y una sonrisa maligna separé aun más los codos de mis costillas y no dejé resquicio alguno para el jerarca que, con la mirada baja, se fue a buscar otro sitio.

En el próximo torneo, que tiemblen las coronelas y los jerarcas

Lula

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(1) Mi subconsciente me traiciona, cuando digo autoridad me sale la palabra incompetente y tengo que reprimirme.
(2) Para los que no estén familiarizados con los términos del golf: con un peor nivel de juego el handicap es más alto. En el relato el golfista hay un mini glosario de términos
(3) El fedatario, le daba patadas disimuladas a la bola para sacarla de zonas difíciles. Actitud totalmente reprobable en un caballero.