Valparaíso

El pasado mes de noviembre tuve la oportunidad de viajar a Santiago de Chile por motivos de trabajo, oportunidad que mejoré con la compañía de mi marido y algunos días de vacaciones. Como la suerte estaba de cara, en Santiago trabaja un amigo mío(1) que nos ofreció su casa y nos prestó su coche, para que pudiéramos visitar Valparaíso.

Cuando llegué a Valparaíso, vi una ciudad singular llena de personalidad, nacida alrededor del puerto, expandiéndose sobre sus cerrillos con casas multicolores dentro de un caos multicultural. En los tiempos que describe Isabel Allende en su novela “La hija de la Fortuna”, en plena fiebre del oro, debió ser un lugar de paso, con un continuo trasiego de barcos que vienen y van. Un lugar donde los marinos descansan mirando al mar para embarcar de nuevo. El paso de los años le ha quitado dinamismo al puerto y se percibe un aire decadente no exento de encanto. La bella ciudad ha empezado a marchitarse y algunos especuladores la han herido con bloques de hormigón infames. Desde el 2003 es patrimonio de la humanidad y cabe la esperanza de que los del ladrillo se dediquen a restaurar, más que a destruir para construir algo que será mucho peor que lo que había.

Comimos un estupendo pescado en el restaurante Turri(2) mientras disfrutábamos de unas impresionantes vistas a la bahía. Para llegar al restaurante, que está situado en el Cerro Concepción, subimos a pie y casi me quedo sin respiración. Al salir del restaurante vimos que había un ascensor decimonónico para bajar al puerto. El acceso a los ascensores que suben a los cerrillos está camuflado en portales normales y hay que estar muy despierto para detectarlos(3).

Después de la comida nos dispusimos a dar un paseo y en la Plaza Sotomayor mi marido, que tiene muy buena vista, vislumbró la entrada al ascensor del Cerro Alegre. El ingenio mecánico nos dejó al lado del Palacio Baburizza, una bella muestra del art nouveau. Y allí encontramos una flecha que nos indicaba cómo llegar a la Sebastiana, la casa de Pablo Neruda. Con flechas azules en el pavimento o en las paredes, caminamos casi tres kilómetros siguiendo las curvas de nivel de los cerrillos, sin perder nunca de vista la bahía. Vimos todo tipo de casas, de todos los colores y de todos los estilos. Cuando por fin llegamos a la Sebastiana encontramos la cancela cerrada porque era lunes, mal día para visitar museos. Nunca olvidaré mientras viva el paseo que dimos por los cerrillos, me quedó grabado en el cerebro y solo tengo que cerrar los ojos para volver a ver la bahía de Valparaíso.

A la misma distancia que existe entre Santiago y Valparaíso, unos 120 kms, desde Madrid se puede visitar en la provincia de Cuenca, no uno, sino dos Valparaísos, el de arriba y el de abajo(4). Ambos pueblos deben su nombre al río Paraíso y forman parte de los Campos del Paraíso(5). El que le puso nombre al río no cabe duda que fue un optimista y que lo miró con arrobo. El río Paraíso discurre con escasas aguas, por unas tierras onduladas donde impera el cultivo del cereal y los árboles son excepción. La variedad cromática del entorno es la que aplicaría un niño si coloreara un paisaje, todo verde en los primeros brotes del cereal, todo amarillo cuando está a punto de la siega y todo marrón después de la cosecha, volviendo la tierra a mostrarse desnuda, tal como es.

A pesar de ser de Cuenca, no me ciega el amor a mi tierra para no ver que el nombre del río y de los pueblos son un eufemismo. Pero no somos los únicos optimistas, los zamoranos también tienen otro Valparaíso(6), junto al embalse del mismo nombre, y tampoco debe ser como el que había entre los ríos Tigris y el Éufrates, ni como el que está a orillas del Pacífico.

Pero estas tierras onduladas, de cerrillos romos, a las que el río Paraíso elevó con tan bello nombre, fueron la cuna de Juan de Saavedra , que descubrió la bahía de Alimapu, a la que bautizó como Valparaíso. Consiguió que esta vez el nombre estuviera a la altura de la belleza de lo nombrado. Sin embargo, el conquistador no disfrutó de su descubrimiento, volvió a Lima y más tarde a su pueblo. Sus restos descansan en Valparaíso de arriba, en la capilla del conquistador de la iglesia de San Miguel Arcángel.

Lula

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(1) Yo le conocí de becario y en Santiago todos le llamaban “Don Pedro”
(2) En la mesa de al lado había ejecutivos españoles del sector de la construcción comiendo con un jefe de obra chileno. Su presencia nos alegró por dos motivos, por poder cotillear la conversación y por tener la seguridad de que en el Turri se comía bien.
(3) Si el lector siente curiosidad por conocer los ascensores de Valparaíso, en esta dirección de internet podrá satisfacerla: http://www.sernatur.cl/valpo/patrimonio.htm
(4) Lo de arriba y abajo es muy castellano y siempre da lugar a eternas rivalidades y disputas entre los pueblos del mismo nombre.
(5) Los Campos del Paraíso tiene su propia Web (por si lees esto desde el trabajo, cuidado que tiene música) http://www.arrakis.es/~isaat/principal.htm
(6) Algunos historiadores consideran que allí nació Fernando III el Santo. Naciera o no en Valparaíso, el clima de la zona le impulsó a poner rumbo al sur para buscar tierras más cálidas. Conquistó gran parte de Andalucía y fijó residencia en Sevilla, donde murió. Los sevillanos lo tienen en un altar aunque no saben pronunciar bien su nombre, pues dicen: “Fennando”.
(7)Juan de Saavedra militó a las órdenes de Diego de Almagro. En la primera expedición hacia Chile en 1535, Almagro envió a Juan de Saavedra a reconocer las costas en la embarcación que le había traído refuerzos desde el Perú. Saavedra alcanzó hasta la zona de Alimapu, que llamó Valparaíso, como su ciudad natal.
Juan de Saavedra fue un hombre cabal que no quiso participar en la guerra fraticida ente Diego de Almagro y Francisco Pizarro.