Viernes Negro

Nunca olvidaré el 24 de marzo. Nos disponíamos a pasar el fin de semana en Málaga pero por motivos que no vienen al cuento(1) llegamos dos minutos antes de que saliera el tren. En ese momento se cerraron las puertas de acceso a los andenes del AVE(2). La azafata no nos permitió pasar porque el supervisor estaba bajando a los andenes. Le dijimos que le avisara por teléfono pero nos contestó que no era posible, que intentaría llamar su atención. Comenzó a agitar sus brazos pero el supervisor estaba en animada conversación con alguien en el anden y no vio a una réplica de Marcel Marceau embutida en un uniforme azul.

El tren partió ante nuestra atónita mirada y nos quedamos en tierra. Le dijimos a la azafata que queríamos poner una reclamación y nos acompañó hasta la oficina de atención al cliente. Allí mi marido le pregunto su nombre y la joven desapareció tras una mampara para dar paso a la reencarnación de la señorita Rotenmeyer(3) en la figura de la responsable de la oficina. Al pedir mi marido un formulario de reclamación, la estirada responsable de atención al cliente le contestó que le tenía que decir antes los motivos de la reclamación. Mi marido que es muy celoso de sus derechos insistió en pedir su formulario sin dar razones que no debía.

La situación se ponía tan tirante como los cabellos recogidos en un moño de tan borde señorita(4) que ni corta ni perezosa llamó a seguridad. A su llamada acudió un guardia jurado de los del estilo ¿andevausté? que con gran capacidad negociadora y buen talante nos espetó: ¿paquequieréusté reclamar?. Mi marido le contestó que no tenía que darle ninguna explicación, cogió el teléfono y llamó a la policía que nos indicó que fuéramos a la oficina del jefe de estación.

Bajamos por las escaleras mecánicas y no encontrábamos cartel alguno que indicara dicha oficina. Tuvimos que recurrir a otro guardia jurado para que nos orientara. Era un chico joven y tan inexperto que no sabía ni donde estaba el jefe de estación. Con disimulo hablaba por el interfono que llevaba en el hombro y decía "La pareja está aquí y pregunta por el jefe de estación". Apareció otro guardia con más años y volumen y nos llevó a la oficina de atención al cliente donde debería estar el jefe de estación, pero en ese momento no estaba. Vimos enfrente otra oficina del AVE y entramos a probar suerte con lo de pedir el formulario mientras que el guardia jurado se quedaba en la puerta para vigilar a la "peligrosa pareja".

Cuando entramos, estaba allí Jaime Ostos, embutido en una americana azul marino de los tiempos en que tenía figura de torero(5) y en la que las dos aberturas laterales divergían asintóticamente empujadas por el volumen que contenían. ¡Cómo pasa el tiempo, incluso para los toreros!. No tuve por menos que arrimar la oreja para ver los motivos de su presencia en ese lugar. La cosa era sencilla, buscaba las llaves de su coche que le habían dejado allí.

En esta oficina eran más amables y nos dieron un formulario de reclamación sin pedirnos explicaciones. Mientras que mi marido se empleaba en escribir los hechos, hice unas cuantas llamadas de teléfono. Entraron dos o tres personas pero no les presté atención porque no eran famosas y no despertaron mi curiosidad (terrible error como se verá más adelante).

Esperé con paciencia a que terminase de escribir mi marido, que es muy concienzudo y pausado en todo lo que emprende. No estaba enfadada, había perdido el tren pero en una hora no había tenido tiempo de aburrirme: la patética azafata utilizando la lengua de signos para comunicar con su supervisor en la ultra avanzada estación del AVE; la señorita Rotenmeyer que parecía que se le iban a escapar las horquillas del moño por la tensión; el joven guardia jurado "intimidado por la peligrosa pareja", y como broche final, el acento sevillano de Jaime Ostos buscando afanosamente las llaves de su coshe. No sabía que se avecinaba una nube negra.

Cuando terminamos de reclamar y de informarnos sobre cómo cambiar los billetes, fuimos a recoger las maletas y en ese momento comprobé con consternación que mi maletín con el portátil había desaparecido.

Ésta fue la traca final de este viernes negro, tremenda mascletá(6) para un corazón sensible como el mío.

Lula

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(1) Si vienen al cuento pero no los cuento
(2) Tren de alta velocidad que une Madrid con Sevilla
(3) Institutriz de mal carácter, encargada de la educación de Clara la amiga de Heidi, en la serie de animación japonesa emitida en España a finales de los años 70.
(4) En un punto de la discusión le recriminé que para atender al público tenía una actidud un tanto borde.
(5) Digo que tenía figura de torero, no que fuera figura del toreo que es muy distinto
(6) Una mascletada o mascletá es una composición muy ruidosa y rítmica de masclets (petardos de una gran potencia sonora) estallados en en el suelo (colgados de hilos) o alzados mediante cañones, que se dispara con motivos festivos en plaza y calles, normalmente durante el día.