Abre los ojos

Es la segunda vez que suplanto a mi hijo para robarle una experiencia digna de un expediente-X(1), pero estoy segura de que si no la escribo se perderá en su memoria y en la de sus amigos después de la risa que hemos pasado al conocer su aventura.

Me dijo mi hijo que se marchaba a Salamanca durante el fin de semana a visitar a un amigo, pero decidieron cambiar de planes y se fue a Plasencia, ciudad de la novia de su amigo. Tenemos establecido que cuando viaja, nada más llegar me envíe un mensaje corto en el que diga “estoy vivo”, para que no me preocupe. Lo normal es que dijese “he llegado bien” pero esa frase tan carente de fuerza dramática no encaja con mi carácter de madre tremendista.

Una vez que recibo el mensaje, me abstengo de incordiar por el móvil aunque tenga unas ganas enormes de hacerlo. Esperaba a que el domingo por la noche llegase a Madrid, pero al mediodía llamó para comunicar su cambio de planes y su regreso desde Plasencia el lunes a las nueve de la mañana. Le recomendé un desayuno de migas con chocolate que degusté en una cafetería de la plaza principal cuando visité Plasencia haciendo la ruta de la plata.

El lunes a mediodía llamé a casa desde el trabajo para saber cómo había llegado, pero nadie cogió el teléfono. Lo achaqué a que seguramente estaría dormido, con ese sueño tan profundo que lo transforma en un leño. No se puede decir que tenga trastorno de sueño, pues su facilidad para dormirse es tan portentosa como su incapacidad para despertarse a pesar de los gritos y zarandeos múltiples.

Pasado un rato le llamé al móvil, no fuera que hubiera salido de casa, pero me daba apagado o fuera de cobertura. Desistí de localizarle y de preocuparme hasta que a eso de las 18:30 me llamó él por teléfono. Le pregunté qué tal el viaje y me contestó que aún no había llegado a Madrid, que estaba en Ávila a la espera de sacar un billete de autobús para Madrid, que no sabía lo que costaba y que solo tenía un billete de cinco euros y monedas pequeñas. Mientras hablaba conmigo, alguien le decía que el billete costaba seis euros con sesenta céntimos y le oí decir que no llevaba suficiente. No lleva tarjeta de crédito ni de débito, a pesar de tener su dinero en el banco no se ha hecho aún a las costumbres capitalistas del dinero de plástico. Le dije que le podía comprar el billete por Internet, pero me contestó que iba a intentar arreglarlo.

De Plasencia a Ávila se tardan unas dos horas, y de Ávila a Madrid una hora, ¿qué hacía en Ávila a las 18:30 si había salido a las 9:30 de Plasencia?

Aquí va la explicación(2): perdió el autobús de las 9:30 por culpa del sueño feroz y tuvo que tomar el de las 14:30. El autobús paró en Barco de Ávila(3) donde se compró un bocadillo que no se atrevió a comer al ver las curvas del puerto de montaña que se avecinaba, por lo que decidió echarse un sueñecito. A las 18:00 se despertó. Al mirar el reloj dio un respingo al comprobar que no estaba en Madrid sino dentro de un autobús vacío con las puertas cerradas. Se asomó a la ventanilla y vio que el autobús estaba dentro de una cochera de autobuses. No sabía dónde estaba, ni qué hacía allí. Como en el corto de “La cabina”, se sentía desorientado hasta que empezó a observar el entorno y comprobó que las matrículas de todos los coches del garaje eran de Ávila. Una vez que se ubicó geográficamente, solo pasaron cinco minutos hasta que apareció el conductor y abrió el autobús.

Por lo visto, el autobús paró de nuevo en Piedrahíta donde bajaron todos los viajeros para trasbordar a otro autobús para Madrid, ¿todos?, no, todos no, todos menos mi hijo, que se quedó abandonado en el autobús durmiendo como un bendito en su asiento y su mochila de cierto tamaño en el maletero. Ninguno de los pasajeros reparó en él, y tampoco el conductor. Se dio una conjunción de viajeros insolidarios trasportados por un conductor de poca agudeza visual.

Al final consiguió negociar con la línea de autobuses que le devolvieron el importe del billete de Plasencia a Madrid y sólo tuvo que abonar el de Ávila-Madrid, ahorrándose unos 7 euros en la operación, si bien pudo dar el día por perdido. Si esto le ocurre en USA, los demanda y a lo mejor se hace millonario.

Lula

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(1) La primera vez fue con “La laguna Estigia
(2) Como la canción de corazón loco de Antonio Machín: aquí va la explicación, corazón loco...
(3) Localidad famosa por sus legumbres, de una calidad excepcional y me atrevería a decir sin rubor que son las mejores del mundo.