El koan(1) velo-boatiné

Amanezco en este indeciso domingo de marzo y me desayuno con el relato Símbolos de mujer. La sola mención de la boatiné ha hecho desfilar ante mí todas las batas de mi familia de ocho mujeres incluyendo abuela y bisabuela, amén de las de las vecinas de una comunidad bien avenida.

Mi madre, en cuanto a parámetros estéticos, me crió bajo dos premisas: "ponte la bata" y "e deberías poner una fajita". De la fajita me retiré bien pronto por motivos puramente de comodidad. Pero lo de la boatiné me costó más, si bien exploté hasta el límite la gama de la prenda en cuestión. La primera boatiné que recuerdo que me gustaba fue una finita y brillosa que le regalaron a mi abuela y que ella consideraba demasiado atrevida, con estampados como los de las corbatas.

Ni que decir tiene que durante una época -cosas de la moda- mi madre decidió pasarnos a las batas de pirineos, con tonos pastelosos y que al final siempre tenían bolitas. Como por ley de vida me tocaba heredar la bata de mi hermana mayor, recuerdo un par de ellas que me acompañaron más de un lustro y más de dos.

Cuando me marché a vivir lejos del nido familiar, de vez en cuando mi madre me decía por teléfono:

-  Ahí tiene que hacer frío, ¿llevas puesta la bata?

Para tranquilizarla le decía que sí, añorando las batas de la infancia que ella me abrochaba primorosamente después del baño.

Pero hete aquí que llegaron nuevos tiempos, y con ellos nuevos estilos para la boatiné. Y ninguno más repipolludo que el estilo barrio de Salamanca. Era como la boatiné de siempre, pero con diseño Hollywood años 50. Y en pleno auge de esta nueva versión de la bata de siempre, llegaron las navidades y con ellas los reyes.

Y ese año los reyes me trajeron una bata larga, hasta el suelo, en rosa pálido, enguatada y calentita. Estaba adornada, además de por unas hombreras de farol, por un amplio cuello smoking ribeteado con un bibo de raso plisado y blanco como la luna.

He de reconocer que fue un regalo desconcertante que despertó en mí sentimientos encontrados. Cosas antiguas que ni sabía que estaban. De modo que volví a los fríos del norte con mi boatiné en la maleta. Y, tras años sin bata, en los que me entregué con fruición al chándal casposo, me sentía a ratos -sobre todo cuando bajando por la escalera miraba lo níveo del raso- como Marlene Dietrich. ¡Qué poco sabía yo entonces que estaba siendo víctima del hechizo boatiné-barrio de salamanca!

Diose la circunstancia, cuando llegó la primavera, que me afeité la cabeza. Como lo de la faja, por comodidad. Pero claro, en el norte hace frío durante toda la primavera, y con la cabeza afeitada, más. Así que me ponía la bata para estar en casa. Y fue un día de éstos, en que con mi bata recién puesta bajaba la escalera, cuando vi una silueta moverse tras una puerta entreabierta. Volví a subir la escalera y abrí del todo la puerta del baño. Y allí estaba el personaje que yo había visto, dentro del espejo. Una especie de travestón con la cabeza afeitada pero sin el charm de la teniente O'Neill dentro de una boatiné del barrio de Salamanca. Mirando al ser que había dentro del espejo me sentí Alicia, sin poder discernir quién de los dos individuos encerrados en ese baño era el conejo de la suerte.

El impacto había sido demasiado intenso, de modo que volví a mi habitación, me quité la boatiné y la cambié por una anodina camisa de franela a cuadros, de las de tipo leñador, más acorde con mi actitud de milicia. Metí la bata en una caja y la subí al altillo, aplazando así su destino.

Y el destino, inexorable, le llegó cuando entró a trabajar en la casa una señora con velo. Al preguntarle si le vendría bien una bata calentita para estar en casa, me dijo que sí antes de verla. Pero cuando, al sacarla de la caja, le vio el ribete de raso en el gran cuello smoking, no pudo por menos que decir con ojos negros y brillantes mientras lo acariciaba: ¡Qué bonita, y este adorno es blanco como nieve!

S.M

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(1) El koan del budismo zen es una pregunta para la que no hay respuesta. La cantidad y variedad de koans es inmensa. Pero son muy breves en su formulación. ¿Cuál es el sonido de una sola mano aplaudiendo? , o ¿Cual es el color del viento? o ¿Cuando los muchos son reducidos al Uno, a que es reducido al Uno? Este es el método. Pregunta-respuesta. Y el koan, la movida inicial de una curiosa partida de ajedrez, que el discípulo deberá jugar con el maestro. Luego de planteado el koan, el discípulo se retira a meditar. Y trae una primera respuesta : "el viento no tiene color." A lo cual el maestro le podría replicar: ¿"es el viento el que no tiene color o eres tú quien no puede percibirlo." ? Vuelta a la sala de meditación