El broncas

El broncas es, contra toda lógica, uno de mis mejores amigos. Afortunadamente, la amistad obedece al corazón antes que a la razón.

El broncas es capaz de que aflore mi lado más desagradable en cinco minutos y después de haberme sacado de mis casillas, pedirme disculpas por hacerlo. Nadie como él ha conseguido que me sienta como un auténtico gusano. Con los años, que ya van siendo muchos, he ido perdiendo furor mientras que él conserva intactas sus propiedades irritantes.

Sirva como ejemplo su último cumpleaños que coincidió con uno de los partidos de la selección española. Le llamé para felicitarle pero al tercer ring me acordé de que estaban jugando el partido y colgué para no molestarle. Inmediatamente me llamó para echarme una tremenda bronca POR LLAMARLE EN MEDIO DE UN PARTIDO EN EL QUE JUGABA ESPAÑA.

Lo suyo son las broncas, de ahí le viene el sobrenombre. No discrimina a nadie, todos se llevan su ración. El físico le acompaña con un aspecto iracundo, de tez rojiza, ojos azules de hielo y abundante pelo castaño rojizo. Si no abriera la boca se podría pensar que es eslavo o irlandés, pero no, es de Asturias, más concretamente de Pola de Siero.

Lleva en Madrid casi toda la vida pero sigue fiel a su acento bable. Mantiene por romanticismo su puesto en El Rastro que en su época de estudiante le ayudó a pagar la pensión. Continúa frecuentando los bailes para sacar a bailar a las zagalas que para él son todas guapas. Le gustan las que tienen curvas, para poder agarrarse, como dice él.

Trabajamos juntos en los años 80. Al poco de conocernos me tiró los tejos. Muy preocupada le comenté a mi marido que posiblemente debería ponerme a régimen porque si había llamado la atención del broncas andaría sobrada de carnes. Más tarde comprendí que no era nada personal, solo su técnica de broadcast para tantear a posibles receptoras que se hicieran eco.

Después de este incidente seguimos peleándonos como buenos amigos a la menor excusa. El broncas es una persona perfeccionista, intolerante a fallos. Le encantaba ponerse su bata blanca (impoluta). Era el encargado de la documentación técnica y nos mantenía a todos a raya con la revisión gramatical. Los documentos que pasaban por él no tenían mácula. Poseía un afán acaparador de recursos impresionante y no había cosa que más le gustase que hacerse con los equipos del laboratorio (muy escasos) que iba conquistando ante cualquier ausencia. No respetaba ni a los que se ausentaban para ir al lavabo. Más de una vez renunciábamos a las necesidades fisiológicas por miedo a perder nuestro equipo de desarrollo y entrar en una polémica con él.

Después de las telecomunicaciones, lo que más le gusta es el fútbol. Era el entrenador del equipo de fútbol sala de la empresa. Allí se despachaba a sus anchas, entrenaba a grito pelao y en la alineación de jugadores, siempre figuraba él sin que nadie osase a llevarle la contraria. Conservamos fotos épicas.

Nuestros caminos laborales se separaron a mitad de los 80 pero se reencontraron diez años más tarde. Yo fui cambiando de trabajos a voluntad propia y él sufrió una regularización de empleo a pesar de su enorme amor y entrega a la empresa. Nos encontramos en otro proyecto, yo como cliente y él como suministrador. De la misma manera que mi paisano Fray Luis de León, al reincorporarse a sus clases después de cinco años de prisión dijo: Dicebamus hesterna die... Mi amigo el broncas me volvió a bronquear como si fuera ayer.

Pero bajo esa capa iracunda se esconde un corazón tierno; un alma leal; un buen amigo con el que puedes contar siempre. Sin embargo, cada vez que nos vemos no me libro de una regañina. Sin ir más lejos, al quedar este jueves para cenar me dijo:

“¡Vamos a ver qué partido de fútbol vas a joderme esta vez!”

A pesar de todo, somos amigos y le aprecio mucho

Lula

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