MONOGRAFICO: EL MANDO INTERMEDIO


IV-El mando intermedio masculino

El escrito de mi editora, que versa sobre el mando intermedio femenino, me impele a abandonar la laxitud escribidora y realizar mi aportación sobre ese otro gran desconocido: el mando intermedio masculino.

Si bien es cierto que las variedades enchufado, pasivo/sumiso, esforzado y trepador también se dan en los ejemplares macho, no debemos cometer el error de extrapolar alegremente el comportamiento de la hembra de esta especie al macho.

Para empezar, el porcentaje de esforzados en el macho es extraordinariamente más bajo, ya que somos de natural vagos e inconstantes como bien sabe y critica ferozmente el mal llamado sexo débil. Un golpe de suerte, unos güevos bien puestos en el momento adecuado, la mano generosa del colega que es también del Atleti o con el que se juega al mus durante el jueves por la noche según se llama a casa para informar de que: "el-cabrón-del-jefe-nos-tiene-todavía-con-los-presupuestos-vete-cenando-ya-llegaré" y el trabajo de los subordinados son mejores guías que el esfuerzo propio, asunto poco viril.

Obsérvese nomás la organización de las sociedades primitivas. A santo de qué se va a quedar uno en la cueva recogiendo raicillas, quitando mocos de los niños y moliendo horas y horas el grano cuando te puedes ir con los colegas a cazar mamuts sin pegar ni puto clavo por ahí por los montes a tu bola, vivir la emoción de cazarlos ("Ahí está, ahí está, vete por la derecha, Martínez, menudo pedazo bicho"), que se cargue a alguno de paso el mamut y luego ya en la cueva con los colegas comentar la jugada ("Vaya güevos que tiene el de la cueva de al lado", "El Agamenón es un cagueta, no se arrima al mamut", "Pues el año pasado cazamos uno....") mientras dices generosamente a todos que coman, que coman mamut, que hay mucho. Cinco minutos de curro, un golpe de suerte, güevos bien puestos y a vivir, que son dos días. Qué leche!.

Y aquí llegamos al quid de la cuestión, para el macho todos los trabajos se pueden entender desde la perspectiva de las dos actividades en las que nos hemos especializado a lo largo de los milenios: la caza y la guerra. Por tanto, cada uno de los machos encontraremos nuestro puesto de mando intermedio suponiendo que estamos cazando o guerreando con el enemigo, que para eso Dios nos creó.

La herramienta principal en la caza y en la guerra es, sin duda, la jerarquía. El macho está educado desde pequeñito a obedecer y mandar, o mandar y obedecer, como se quiera y a separar racionalidad de obediencia ya que son dos cosas muy distintas. Así, nos salen dos categorías adicionales en donde en realidad se clasifican gran parte de los machos: el macho gris y el testosterónico. Analicémoslos:

El mando intermedio gris ni viene, ni va, no sube las escaleras, ni las baja, se mimetiza cual camaleoncillo y nadie se entera de que existe, ni subordinados, ni jefes mientras que burla, burlando, va tirando. Es, por cierto, este gallináceo más habitual en los ejemplares macho, por mucho que nos las demos de gallitos. Los ejemplares hembra lo tienen más complicado en muchas empresas, ya que es más difícil mimetizarse cuando todos los de la reunión comparten apéndice delantero, excepto la candidata a camaleón. No obstante, en la Administración, o la educación, donde lo que predomina son los ejemplares hembra, sí que se encuentran estos especímenes.
Si hay algo que sabe hacer el macho gris es obedecer sin rechistar y sin tampoco poner en riesgo su integridad. Los antepasados del mando intermedio gris son los que tiraban de lejos la flecha al mamut mientras algún gilipoyas que se había creído la arenga del jefe de la manada se cargaba al mamut acercándose y clavando bien la flecha, ganándose de paso una fractura de cráneo del patadón que le metía el mamut. Claro, la presión de la evolución ha hecho que esta especie de “esforzados” sea rara. Como bien se dice entre los mandos intermedios grises: “a los pioneros se los comen los indios”.

La otra categoría, gran desconocido de las féminas en el mundo laboral (a pesar de lo que ellas creen), es el mando intermedio testosterónico. Son menos, pero se les nota más, porque dan mucha guerra. Como ya se imagina el lector, sus antepasados eran los que le ordenaban a Martínez que fuese por la derecha a por el mamut. Es fácil reconocerlos por el lenguaje tabernario, siendo señas de identidad frases como: "Esto, con un par de cojones", "De aquí no sale ni Dios hasta que esté acabado", "Me voy a comer, estaré de vuelta a las 7" (vuelve con alto índice de alcoholemia), "Reunión a las 20:30", "Pues devuelves los billetes y le dices a tu mujer que se vaya sola, pero esto el 15 de Agosto tiene que estar acabado", "A por ellos", "Me cago en su puta madre" "Y un mes antes de lo previsto lo tenemos nosotros preparado, contad con ello el 1 de Septiembre". "Ese no saenterao de quién soy yo", "Me los voy a follar a todos".

Hemos indicado que el jefe testosterónico es poco conocido por las féminas porque no suelen quererlas de subordinadas, ni ellas de jefes, a lo más la relación laboral dura 15 días, sino que prefieren a varones grises que llevan mejor las bravatas, siendo además los machos grises especialistas en pasarse dichas bravatas por el arco del triunfo diciendo que sí al testosterónico y luego buscando excusas para su incumplimiento y están acostumbrados a lo de estar hasta la hora que diga el testosterónico, pero tomando cafetitos con los colegas poniendo a parir al Norman Bates de turno sin hacer el trabajo encomendado hasta que tiene a bien hacer la reunión. Te echa el chorreo, tú, sin cuestionar la imposibilidad de lo que se pide, dices que la culpa es del departamento de fulano, que llevas esperando no sé qué suyo desde hace un mes, estás hasta la una de reunión, y listo, mañana será otro día.

Las féminas no saben tratar al jefe testosterónico porque asumen mal la regla básica de que el horario y las vacaciones las gestiona el dictadorzuelo. Cuando les piden imposibles en vez de decir que sí y hacer lo que les da la gana, dicen que no, que es imposible y, claro, se les hinchan las venas a los testosterónicos. Y como les aburre lo de ponerse en zafarrancho de combate, que les parece de niños, pues ni siquiera disfrutan de esos pequeños placeres que da el jefe testosterónico. Así mismo, la laxitud y vaguería en el despacho cuando el jefe testosterónico se ha olvidado de lo que había mandado, y por tanto no hay trabajo urgente, tampoco la disfrutan tomando cafés con los colegas hasta las 9, hora de irse, sino que pretenden irse a casa a las 7 porque no hay trabajo pendiente y salen del despacho ante los atónitos ojos del jefe testosterónico, que baja enormemente sus valoraciones.

Es fácil confundirse y creer que la actitud del jefe testosterónico se debe a su machismo, cuyas bravatas y frasecillas groseras hacen pensar esto. No es necesariamente así en muchos casos, ya que sí suelen respetar a las hembras trepas sedientas de sangre de subordinado/a que representan gustosas la liturgia de ser servil con el superior y feroz con el inferior. El jefe testosterónico sólo quiere un poco de cariño administrado en forma de obediencia ciega sin límites (sólo las formas, luego se puede lanzar la flecha desde lejos, te echa el chorreo, pero ya está, sigues siendo el fiel Martínez, “si yo lo intenté, pero es que había una piedra”) que las féminas normales se niegan a dar de buen grado, poniendo pegas a las peticiones imposibles y negándose a que administren su tiempo, en definitiva, minando la autoridad del jefe testosterónico.

Espero con esto haber aclarado un poco más la taxonomía de esta especie, los mandos intermedios, que no hemos de apresurarnos en su estudio, sino hacerlo tranquilos y sistemáticos, ya que dista mucho de la extinción, estando más bien en expansión, al revés que los trabajadores esforzados o las direcciones generales informadas con visión a largo plazo, cual gaviotas o ratas comparadas con el lince ibérico o el oso panda.

El profe

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